Hay días en que los compromisos personales e impersonales hacen difícil seguir el ritmo, y de repente el número de películas vistas disminuye de manera dramática. Lo que no quiere decir que la jornada sea necesariamente menos provechosa, y es que aún recuerdo la excelente tarde que nos brindó el año pasado el señor Jodorowsky. Tal vez no alcanzamos ese nivel, pero las dos películas con las que paso el jueves este año no son nada desdeñables.
Argentina 0 – Urugay 1. Si ayer no era capaz de engancharme a «El día trajo la oscuridad», hoy «Dios local» consigue atraer mi atención, y se presenta como un producto hecho igualmente con medios modestos, pero muy cercano al público. Un grupo de música (horrenda canción de apertura que no hace augurar nada bueno), se decide a grabar un videoclip en unas cavernas en medio del bosque, pero sus miembros pronto se van a ver acosados por sus propios miedos hechos realidad. El planteamiento no tiene grandes novedades, pero la ejecución es muy resultona. La película se estructura en una introducción y tres actos, a través de los cuales se va variando el punto de vista. También juega de forma hábil con los flashbacks y ciertos detalles que se van sembrando a lo largo de su desarrollo. No abunda en el susto fácil, sino que crea un entorno interesante, en que los elementos sobrenaturales e inquietantes (recuerdos de «Silent Hill») se integran y ayudan a generar inmersión. En definitiva, el director Gustavo Hernández consigue, con una trama muy sencilla, dar la sensación de experiencia completa (justamente lo que no conseguían ayer los artífices de «Aux yeux des vivants»).
Tras ese rato tan entretenido, es un tremendo flashback el que nos lleva hasta «Wake in fright«, cinta que, a pesar de estar fechada en 1971, no se presenta dentro de Sitges Clàssics, sino de la selección de la crítica Seven Chances. Por lo visto, se trata de una copia recuperada y restaurada, que es como decir que no la has visto nunca ni así ni asá. Bien, lo cierto es que la mayoría ni siquiera conocíamos de su existencia, y tras verla se puede afirmar que se trata de una pequeña joya. Dirigida por Ted Kotcheff, autor de «Acorralado» (1982) -y de poca cosa más que se recuerde-, retrata (más que narra) el descenso a los infiernos del alcohol y el juego del profesor John Grant, que hace una parada en su camino antes de emprender el regreso a Sidney desde la comunidad minera donde trabaja. Pocas veces el ambiente donde está rodada una película la marcan de una manera tan especial, y en este caso el árido paisaje australiano cobra una importancia bestial (gran mérito en este punto para el director de fotografía Brian West). Eso, y los litros y litros de cerveza ingeridos a lo largo del filme, que dan lugar a algunas de las mejores secuencias de borrachera que se han visto en la gran pantalla. Atención a la secuencia en que el protagonista acaba inconsciente, a la de los canguros… Encima, paseándose por ahí está el mítico Donald Pleasence. Una película bruta, sucia, donde el calor se puede respirar, que avanza en una espiral sin fin aparente… Un clásico atípico y a recuperar, en definitiva.
Después de esta lección de cine, solamente hay una posibilidad: beber una cerveza. Y, de paso, quedarse un par de horas charlando sobre el tema en cuestión -cuál si no, esto es Sitges- en la terraza trasera del cine Prado, auténtico epicentro de las reuniones sociales durante esta semana. Antes de que la cosa vaya a más, mejor retirarse para asegurar que el día siguiente sea de ritmo intensivo, como no puede ser de otra forma.