Crónica Sitges 2014: Día 6

Es pasada la una, ya es miércoles. Excusa como cualquier otra para no saturar la anterior crónica de películas y equilibrar un poco el asunto. Para quien no siga la serie, acabamos de llegar a l’Auditori, tras dos horas de siesta nocturna y algún que otro contratiempo. Cuando ya creía que este año era el de la austeridad con todas las de la ley y que no se hacían ‘introducciones de gala’ a las proyecciones, aparecen dos presentadores de TV3 para darle a la cosa empaque y glamour. A estas horas tampoco hacía demasiada falta, pero me tranquiliza ver que seguimos teniendo apariencia de clase A.

Tras la proyección de un simpático cortometraje, «Lothar» (¿por qué se empeñan en encasquetar cortos en sesiones que durarán hasta las seis de la mañana?), la maratón se inaugura oficialmente con «The last days on Mars«, una de las cintas que me han atraído hasta aquí, puesto que se está volviendo excepción ver películas de ciencia ficción en el festival. A medio camino entre «Alien» (R. Scott, 1979), «Planeta rojo» (A. Hoffman, 2000) y «Fantasmas de Marte» (J. Carpenter, 2001), «The last days on Mars» cuenta con una ambientación excelente y unos efectos de primera, lo que ya es todo un punto. Más allá de ésto, tampoco es que aporte gran cosa (la situación es sencilla: grupo de astronautas deben intentar sobrevivir cuando empiezan a sufrir una infección zombi), son casi todo situaciones que ya tenemos vistas. Pero como mínimo está resuelta con dignidad y se hace entretenida.

Tras ésta, la película que realmente me había picado la curiosidad era «Space Station 76«, una parodia de las cintas de ciencia ficción de los setenta, con estética a lo «2001: Una odisea del espacio» (S. Kubrick, 1968), pero presupuesto y ambiciones mucho menores, como cabe suponer. Uno de los actores se llama Sam Pancake, o sea que la cosa ya predispone al chiste. Lo mejor de «Space Station 76» es ver a Patrick Wilson muy acertado en un registro distinto al que nos ha acostumbrado y encontrarse con una película hasta cierto punto desconcertante. No es ni una comedia de carcajada ni una spoof movie a  lo «Aterriza como puedas II» (K. Finkleman, 1982). Tiene un ritmo propio, una trama ligerísima, no está cargada de chistes. Y a la vez es agradable, tiene encanto. Es como jugar a los Playmobil: abres la nave, ves los muñecos que tienes, te inventas un personaje para cada uno de ellos, los haces conversar un poco, pasearse, creas algunas situaciones absurdas, sin ninguna finalidad profunda, tal como sale. Y, al cabo de un rato, dejas a tus muñecos con sus historias y te pones a jugar a otra cosa, tranquilamente, como si nada hubiera pasado. Acaba la película y yo termino mi noche ante la pantalla.

Un catálogo de personajes bastante simpáticos.

Por evidentes cuestiones de horario, abrimos nueva jornada al mediodía, en esta ocasión con la coreana “Mad Sad Bad”, una colección de tres historias dirigidas por la correspondiente tríada de directores y presentadas en 3D, una técnica cada vez más residual después de su eclosión no hace tantos años. La temática de los tres fragmentos que conforman la película es variada, y van desde el trhiller estudiantil hasta el drama de toques fantásticos, pasando por la comedia zombi. En todos los casos, los resultados son muy dignos, resueltos con elegancia, y con un 3D que de cuando en cuando aporta inmersión a las historias. A pesar de algunos altibajos narrativos, se ven con agrado, y me hacen recordar (aunque aquella era aún mejor) “Doomsday Book” (K. Jee-woon, Y. Pil-sung, 2012). Para mi sorpresa, llegará a llevarse el premio de la sección Focus Àsia. No veo por qué no.

La niña que protagoniza el tercer corto no tiene desperdicio.

La sesión imprescindible de la tarde, parece tenerla clara todo el mundo: en el Auditori se proyecta “Aux yeux des vivants”, de Alexandre Bustillo y Julien Maury, una pareja muy mimada en Sitges desde que marcara la edición de 2007 con “A l’interieur”. Debo ser de los pocos asistentes al festival (y/o aficionados al fantástico) que aún no le ha hincado el diente a esa ópera prima, pero lo cierto es que tras la presente me pregunto si no sería un triunfo circunstancial (y no soy el único). «Aux yeux des vivants» comienza con un prólogo tan pasado de vueltas como seguramente cuestionable, y después continúa con una primera parte que bebe directamente del estilo Spielberg, con un grupo de niños que acaban metiéndose en líos al explorar unos estudios de cine abandonados. Un colega hasta ve por ahí metido un plano de John Ford. Me parece forzar la máquina, pero lo cierto es que al final encontrar referencias es el mayor entretenimiento que se le puede extraer a la película. De Spielberg pasamos a Wes Craven, y ahí nos quedamos, pero sin el apoyo de una narrativa sólida. La película pasa a desarrollarse de forma mecánica y sin interés, con el malo de turno persiguiendo uno a uno a los protagonistas. Y es que el desarrollo del mortal acoso es sumamente plano, no lleva a ningún lugar interesante. Para cuando el gore hace acto de presencia (que tarda en llegar), da exactamente lo mismo. Si con su segunda película, «Livide» (2011), los realizadores intentaban abarcar demasiado y apretaban poco, con ésta les ha ocurrido lo contrario, no hay suficiente chicha como para sacar algo destacable. Decepción.

Completo la jornada con la argentina «El día trajo la oscuridad«, una cinta que trabaja mucho la atmósfera, ambientada en un entorno apartado al que llega un brote de rabia. La película se centra en dos mujeres, una que actúa de huésped, la otra que aparece por sorpresa, en estado cuestionable, y que irá construyendo el misterio. Los recursos son mínimos, el entorno es atractivo, pero el ritmo es lánguido, y acabo teniendo dificultades para atender a lo que ocurre en la pantalla. Las voces, la luz… todo parece invitar, más que a la tensión o a la intranquilidad del terror sin nombre, a la somnolencia. Y sabe mal, porque la propuesta tiene su valor. Pero le falta vidilla. Espero poder cambiar mi opinión cuando se proyecte de nuevo en el Festival de Cine de Terror de Molins de Rei.

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