Un importante foco de atención del festival, y terreno en el cual se encuentran varias de sus propuestas más atractivas, es el del documental. Así pues, durante esta semana hemos visto los cuatro documentales españoles recogidos en la Sección Oficial.
La primera joya del certamen la encontramos en «Se fa saber«, de la catalana Zoraida Roselló, un magnífico retrato de la localidad de Santa Bàrbara, en el Montsià. Roselló practica el gusto por el buen encuadre y huye agradecidamente de la puesta en escena habitual para las entrevistas. Hace desfilar con fluidez a sus peculiares vecinos, imbrica las distintas microhistorias dando la sensación de un relato compacto y en paralelo, y nos presenta una realidad reconocible a la vez que cargada de todo su atractivo ordinario. Es capaz de extraer lo mágico de lo cotidiano y articula, en definitiva, un documento de auténtico valor etnográfico.
Por el contrario, en «Cartas desde Parliament Square«, Daniel Villamediana no consigue construir un discurso a nivel audiovisual. Su documental consiste en una hora de exclusiva entrevista a la protagonista, monopolizado por un primer plano de ésta. Sin apenas variaciones, sin editar la conversación como debe, presentando un producto finiquitado a la babalà. La activista por la paz Barbara Tucker, cuyas ideas son desde luego muy interesantes e invitan a una reflexión profunda entre otras cosas por la radicalidad de sus métodos reivindicativos, se merecía sin duda un envoltorio mejor. Hay mucho más cine en cualquier programa de «Salvados» (aspiración buscada de forma consciente y acertada por Jordi Évole) que aquí.
De vuelta a ambientes más recogidos, resulta elegante «De occulta philosophia«, una calmada observación de la música barroca, su interpretación y la construcción de sus instrumentos. La reflexión musical se mezcla con los ensayos en directo del grupo La Reverencia, especializado en esta disciplina, todo sin grandes florituras pero con buen gusto. Puede que no sea la mejor película para ver después de comer, pero aquel que tenga una cierta sensibilidad por la música antigua la disfrutará seguro.
Por último, resulta tremendamente difícil dar una opinión sólida sobre «Després de la generació feliç«. Lo que está claro es que hay que ser extremadamente cauteloso antes de recomendarla a cualquiera que espere encontrar unos mínimos hilos conductores a los que agarrarse, puesto que la película no los proporciona. Radicalmente experimental, Guillothina (como así se hace llamar el artífice de este collage) consigue construir una visión malsana de la infancia y todo lo que la rodea, a partir del redoblaje de vídeos domésticos y la reinterpretación de canciones populares para niños. No se puede negar que las actuaciones musicales que saltean el montaje son para recordar por lo estrambótico, y que la película es de un enrarecido inquietante, pero también se trata de un experimento alargado en exceso.
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