El Atlántida ha tenido el acierto de incluir en su programación algunas de las películas que se proyectaron en el Festival de Sitges del año pasado, cosa que aporta color a la selección y que permite descubrir algunas obras destacadas a aquellos que no tuvimos la posibilidad de disfrutarlas en el certamen de referencia.
La mejor muestra de esta zona-degustación de género es sin duda lo último de Sion Sono, «Why don’t you play in hell?«, que ya fue un superéxito en el festival de cine fantástico. El japonés, auténtico hombre-batidora, se encuentra en forma, y su particular homenaje al cine tiene una fuerza incontestable, loca y épica a partes iguales. Aún sin llegar a la matización romántica que sí posee su obra maestra «Love exposure» (2009), esta comedia rebosante de cinefilia, gore, yakuza y amor es una combinación explosiva, disfrutable sin concesiones para cualquier espectador dispuesto a soltarse el pelo. Y, sin duda, no apta para integristas del clasicismo.
Hélène Cantet y Bruno Forzani continúan con su particular recorrido por la hiperestilización en «L’étrange coleur des larmes de ton corps«. Se trata de su siguiente largo tras la ganadora de Noves Visions en 2009, «Amer», y su contenido podría describirse como una pesadilla psicodélica en giallo. Una historia que se construye sobre espacios abstractos, donde las leyes de la física son relativas y toda imagen es profundamente subjetiva. Hipérbole y experimentación sin concesiones en una orgía visual que puede resultar tan estimulante como empachosa.
Por su parte, «Prince Avalanche» consigue hacerse un hueco entre lo más granado del cine independiente estadounidense porque su realizador, David Gordon Green, logra dotar a este relato mínimo, de lo que gusta en denominarse como ‘perdedores’, de verdadera alma. Gran mérito para sus protagonistas, Paul Rudd y Emile Hirsch, para un entorno visual poco transitado, que transforma la película en una peculiar road movie a pie, y para ese tratamiento de la naturaleza como un ente vivo que parece ejercer, sutil pero implacablemente, un efecto sobre los personajes y sobre la percepción del espectador respecto a la película. Muy agradable.
Por último, Naxo Fiol se esfuerza por articular un documental en el cual se refleje el proceso de creación de la que fue la última película de Jesús Franco. «A ritmo de Jess«, a pesar de ese sentimiento triste que destila como testimonio de una implacable vejez, no consigue clarificar el proceso creativo del incombustible realizador (por ejemplo, cómo se pasó de la tal «Culitos in the night» a «Al Pereira vs. the Alligator Ladies») o lo ajetreado del rodaje (con una insurrección de las actrices que no acaba de entenderse). A ambos niveles, tanto como retrato de Franco, su pensamiento y la ejecución de sus ideas, como de las tribulaciones que atravesó el equipo de la película, resulta casi más revelador el corto «Tío Jess» (Víctor Matellano, Hugo Stuven Casanovas, 2012). Y posiblemente la principal causa de ello sea que Fiol participaba activamente en el objeto de su propio documental. El pluriempleo tiene sus limitaciones.
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