Spike Jonze es el perfecto retratista de la soledad. Su mirada incide siempre sobre personajes desplazados, inadaptados, incapaces de conectar con su entorno, y los empuja hacia una vía de reencuentro con ellos mismos y con los demás, muchas veces de final incierto. Este viaje continúa en “her”, desde cierto punto de vista una lógica consecuencia de la maravillosa -y ya lejana- “Donde viven los monstruos” (2009).
Hay tantas emociones distintas -y a la vez relacionadas entre sí- expresadas en “her”, que resulta inútil tratar de glosarlas. Lucen mucho mejor cuando Jonze las presenta en la pantalla a golpe de diálogo e imagen, hilvanándolas con sorprendente naturalidad, haciéndonos viajar por distintos estados de ánimo, explorando diferentes matices de las relaciones humanas en tiempo récord.
A lo largo de este carrusel existencial, todas las fases del amor, el desamor y la ausencia del amor pasan ante nuestros ojos. En ciertos momentos, al igual que ocurre con su protagonista, puede atisbarse un transitorio quiebro en el sentimiento entre el espectador y la película. Pero el rescate es rápido, ya sea a través de una etérea Scarlett Johansson (en su mejor papel -aleluya- desde “Lost in translation”), de la ciudad que envuelve a un inmenso y trágico Joaquin Phoenix, de ese detalle que nos hace ser conscientes, de nuevo, de nuestra propia existencia. Esa es la gran virtud de Jonze, hacer visibles las cosas invisibles, captar el alma humana, aquella insoportable levedad del ser, que decía Kundera, igual a través de un paralelo mundo fantástico como de una fábula futurista llena de vacíos.
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