Tras muchas dudas, ya que las opciones disponibles son realmente atractivas (llámese «Proxy», llámese «Upstream colour») decido despertarme con «Magic, magic«, película que, paradójicamente, tiene bastante de sueño. De pesadilla concretamente para su protagonista, una Juno Temple psicológicamente inestable que debe enfrentarse a una estancia vacacional rodeada de gente que acaba de conocer. La película cuenta con un primer tramo estupendo, y resulta muy atractivo ver la capacidad del director, Sebastian Silva, para conseguir extraer rareza y ‘malrrollismo’ de actos y personajes relativamente cotidianos (aunque, todo hay que decirlo, Michael Cera consigue dar mucha grima, sobretodo cuando se anima a hablar castellano). Si hay algo que tuerza la película, es probablemente el alejamiento del punto de vista respecto a la protagonista durante su último tercio, lo que le resta potencial enigmático e intensidad dramática. Aún así, «Magic, magic» sufre un injusto recibimiento por parte del público, con abundancia de silbidos al finalizar la proyección. Como curiosidad, uno de los aspectos que más destacan desde el principio en la película es la fotografía, lo cual se torna en profunda sorpresa cuando en los créditos finales aparece ni más ni menos que Christopher Doyle (que comparte funciones con un tal Glenn Kaplan).
Todo el mundo coincide en que una de las grandes esperadas del festival es «The green inferno«, y no sólo porque Eli Roth vuelva a estar de visita por Sitges. Su nueva aportación al terror repite esquemas respecto a anteriores ocasiones, con dos bloques muy diferenciados, el primero con unos activistas universitarios montando una performance para detener la destrucción del Amazonas, y el segundo con los mismos siendo devorados por una de las tribus a las que intentan proteger. El posicionamiento de Roth es, efectivamente, dudoso, y no es que importara en exceso que la película tuviera mensaje alguno si no fuera porque el director parece empeñado en transmitir lo contrario. «The green inferno», a pesar de ser entretenida y contener unos cuantos momentos verdaderamente divertidos, oculta tras de sí el más absoluto de los vacíos (aquí hablamos en mayor profundidad sobre ella ya que, eso sí, es de las vistas hasta ahora que más se presta a la reflexión cinematográfica). Por el anecdotario que, me cuentan, surge durante la correspondiente rueda de prensa (y que abarca incluso orgías con los indígenas protagonistas), algo me dice que un documental exhaustivo sobre la realización del filme podría ser bastante más interesante que lo que nos han enseñado. Eso sí, la gente parece inexplicablemente entusiasmada.
Aunque no era mi intención inicial, decido probar suerte con «The jungle«, por ver si el nivel de las expediciones selváticas sube algunos enteros con respecto a la anterior incursión (si acaso ayudada por el elemento sobrenatural que acompaña esta propuesta). Nada más lejos de la realidad. «The jungle», que sigue a un conservacionista onanista de los leopardos por el bosque indonesio, es una de esas películas que te hacen perder la fe en el found footage, en las que tal recurso parece usado con el único propósito de poder hacer la misma película (algo loable en situaciones de bajo presupuesto) y de esquivar la escritura (u ocultar la incapacidad para hacerlo) de un guión con cara y ojos, bajo el pretexto de un fluir ‘natural’ e hiperrealista de la acción. Resultado: el desarrollo de «The jungle» es rutinario, con unos personajes sin dibujar, que obvia cualquier intento de desarrollo de trasfondo o mística, y en el cual el aburrimiento va haciendo mella progresivamente en el espectador. Durante su último tramo, la mayor tensión que experimenta un servidor es la de saber cuándo acabará la tomadura de pelo, con un plano final que, por supuesto, todos conocemos desde prácticamente el inicio de la película. Hubiera sido prefereible recuperar «El proyecto de la bruja de Blair» (E. Sánchez, 1999), antes que este subproducto fotocopiado.
Cambio de escenario: es la hora de disfrutar del Retiro, y la cosa comienza con «Anime Mirai 2012«, una selección de cuatro cortos que pretenden ser un catálogo de lo mejor de la animación japonesa. La factura de todos ellos es muy cuidada, aunque tampoco corren excesivos riesgos (seguramente debido al fuerte protagonismo gubernamental en el proyecto). Su carácter es eminentemente infantil, por lo que no abarcan todo el espectro tonal y temático de que son capaces los nipones. Así, «Pukapuka Juju«, dentro de su ternura roza lo cursi, «Shiranpuri» lo reiterativo, «Wasurenagumo» lo trillado y «Buta«… bien, el cuarto relato, en la tradición de los animales antropomorfos, es la más sólida pieza de artesanía del conjunto. Una experiencia en global agradable, aunque no hay duda de que tampoco será lo mejor que se ha producido en anime durante el 2012.
El cine está a punto de explotar en la proyección de «The Zero Theorem«, probablemente debido a que la última de Terry Gilliam tiene más bien pocas posibilidades de ser estrenada en salas. «The Zero Theorem» casi podría funcionar como un ‘spin-off’ de «Brazil» (1985), y su apuesta estética, decididamente barroca y retro, se recibe como agua de mayo. Bien es cierto que la película no alcanza los niveles de la obra maestra mencionada, pues contiene cierta dispersión en el discurso y en algunas ocasiones acusa la falta de recursos económicos, reflejada en el limitado número de escenarios (cuidados, eso sí, al mínimo detalle) y el exceso de texto. Pero su excentricidad es seductora, sus personajes son enigmáticos y tienen vida y sus reflexiones de fondo son puertas abiertas con un interesante recorrido por explorar. Actualmente, en pocas ocasiones se encuentra uno con un caso de fantasía tan pura como ésta.
El colofón de la jornada viene de la mano de Johnnie To y una de sus dos últimas creaciones, «Drug War«. Historia policíaca al más puro estilo hongkonés, me fascina la forma en que To consigue implicar al espectador en la acción desde el primer minuto sin haberle dado ni un ápice de información sobre los personajes. Como siempre, la resolución de la puesta en escena es impresionante, y la trama se sigue con interés, pero también ocurre que, con tanto trajín persiguiendo a unos y otros, espiando por aquí y traicionando por allá, la fiesta se alarga más de lo deseado, no llegando al máximo nivel del que es capaz el director. Innegable, eso sí, la potencia del apocalipsis desatado al final de la cinta, y brillante el breve pero impactante epílogo, con el que podría decirse que To nos da con la última en la frente. Buen nivel para irse a la cama. Y sin necesidad de estupefacientes.
De las que he visto la del Gilliam es de las que más me gustan. Cuando nos veamos hablamos de otras 😉
Tengo varias asignaturas pendientes con el ‘master’ Gilliam, pero me parece que tiene un repertorio visual maravilloso.
¡Nos vemos mañana de nuevo!
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