Crónica Sitges 2012: Último día

Lo normal sería irse a dormir cuando uno tiene que recoger sus cosas y asistir a una maratón a las diez de la mañana. Pero en Sitges las cosas no funcionan así. Las ansias por fagocitar cine hacen muchas veces obviar el raciocinio, de forma que uno se encuentra en la madrugada previa al cierre asistiendo a la inexcusable sesión ‘La nit més zombi’. El mayor reclamo, completar el díptico que presenta este año uno de los actuales reyes del cine-basura, Noboru Iguchi. Iguchi parece en su salsa dentro del Festival, tal vez interpretando el papel que suele representar en estas citas, o porque no esperaba que la gente lo asaltara a la entrada de los cines gritando ‘¡Sushiiii!’ tras la proyección de su otra película. El caso es que, durante la presentación de esta maratón, vuelve a hacer gala de un tonto y sano sentido del humor, metiéndose nuevamente al público en el bolsillo.

Se abre la sesión con el corto «Happy Birthday Mr. Zombie«, una pieza simpática, que se ríe de ciertas convenciones en tono cómico, pero que tampoco representa la quintaesencia de la parodia de género. Le sigue el primer largo que veremos, «Cockneys vs. Zombis» de Matthias Hoene, otra cinta en clave de comedia venida desde el Reino Unido y que recoge toda la mala leche que saben desplegar los británicos con su sarcástico sentido del humor, para conformar una película fresca, que permite sobrellevar el cansancio del público en esta batalla entre perdedores (englobando aquí un espectro social amplio donde caben barriobajeros, oficinistas grises y jubilados) y no muertos. Un aporte ligero a la vez que crítico, que sitúa la obra como una interesante opción para combinar con «Shaun of the dead» (Edgar Wright, 2004).

Llega la hora del exploitation de bajo presupuesto de Iguchi, la delirante «Zombie Ass: Toilet of the dead«, que puede considerarse una nueva referencia en el terreno de los engendros cinematográficos que suelen llegar a estas sesiones. La cinta cumple mejor que «Dead sushi» las expectativas del personal, con un desarrollo más ágil, gotas de desenfadado erotismo softcore, absurdidad escatológica del más alto rango, niveles de inverosimilitud difícilmente superables… una fiesta para reuniones etílicas, que en el contexto del Festival alcanza su potencial sin necesidad del baño alcohólico -aunque alguno se lo pega a escondidas. Sólo (y altamente recomendada) para amantes del mal gusto.

La última película es «Outpost: Black Sun» de Steve Barker. La función se encuentra en un nivel demasiado alto, y se trata de la secuela de una cinta que desconozco. Así pues, esta vez sí, es el momento de la retirada, aunque sea para probar la posición horizontal durante algunas horas.

El amanecer es bastante frenético, siempre intentando apurar el descanso, y tras una recogida de equipaje bastante atropellada y una visita al Retiro, donde amablemente me guardan el equipaje, me planto en el Auditori para dar el adiós definitivo a Sitges.

No puedo decir que la Maratón 3D sea un gran éxito. Bien es cierto que «Tai Chi Zero» de Stephen Fung es un entretenimiento muy digno, una especie de «Wild Wild West» (B. Sonnenfeld, 1999) a la asiática, mejorado y con artes marciales. A pesar de diversas elecciones dudosas -como usar death metal noruego para musicar una batalla en Mongolia-, el ambiente eminentemente festivo de la cinta permite contextualizar cualquier barbaridad y se ve con agrado, siendo una buena manera de comenzar una sesión matinal sin pretensiones.

El segundo plato lo conforma «Painted Skin: The resurrection» (Wuershan), un cuento chino (literalmente) con todos los elementos fantásticos, de amor trágico y épica legendaria que se pueden atribuir a este tipo de relatos, de los que ya se pudo ver una muestra el año pasado con «The sorcerer and the white snake» (Ching Siu-tung). Cierto que la historia es embrollada por encima de sus necesidades, que el kistch es la religión estética dominante, que el metraje está alargado sin miramientos. Pero también que cuenta con cierta poesía mágica, con un encanto folclórico-exótico de historia para ir a dormir, de pasiones exaltadas, que permiten un disfrute sin altas exigencias.

El broche resulta, eso sí, infumable. Se trata de la animación «War of the Worlds: Goliath» de Joe Pearson, una secuela (!) de la novela de H. G. Wells que construye una historia de acción tirando de todos los tópicos habidos y por haber, con unos personajes dolorosamente arquetípicos y planos, una calidad técnica bastante pobre y una falta de brío narrativo preocupante. Previendo que, tras la primera media hora de introducción, la cosa derivará en un sinsentido de batallas constantes y ruidosas -ya padecí un calvario animado el año pasado con «The Prodigies» (Antoine Charreyron)-, prefiero pasar palabra, con todo el dolor de mi corazón. El sueño y el trabajo pendiente me tientan a seguir la intuición, que más tarde me confirmarán correcta.

La despedida de Sitges es, pues, algo agridulce -tal vez esto resulte beneficioso ante la depresión post-festivalera que se avecina-, ya que resulta curiosa la elección para esta maratón de una película («Tai Chi Zero») que termina en un cliffhanger mastodóntico, otra («Painted Skin») que descubro es una secuela, y una última propuesta de nivel ciertamente escasísimo. Aunque la oferta 3D no es especialmente amplia, y por lo general no de gran calidad, siquiera la proyección de «The flying swords of Dragon Gate», con los nombres de Tsui Hark y Jet Li a la cabeza, se antojaba una opción más cabal… Pero no seré yo quien enmiende la plana a los programadores.

El Festival ha sido espectacular en líneas generales, un disfrute inigualable de diez días, y todos los asistentes empezamos a marcar la cuenta atrás en nuestros calendarios para el futuro Sitges 2013. Si antes no se acaba el mundo, claro está.

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