Tenemos a la vuelta de la esquina la víspera de Todos los Santos, y por mucho que podamos argüir apropiación cultural, omnipresente influencia anglosajona, etcétera, etcétera, lo cierto es que esta noche resulta ideal para una buena sesión de cine de terror. Y como siempre es mejor preparar con algo de antelación, para que no os pille el evento en ropa interior os proponemos algunas películas que pueden amenizaros la velada. Pasaremos por alto la homónima de la noche, de la que ya hemos hablado últimamente, así como las ideas más obvias. Lo cual no quiere decir que las integrantes de la lista sean necesariamente obscuras. Aquí va el menú variado, como es de nuestro gusto:
Dark Water (Hideo Nakata, 2002)
Mientras Hollywood ultimaba la forma en que nos iba a bombardear con remakes mediocres de las fantásticas películas de género que llegaban desde Asia, el director de The ring (1998), una de las pioneras de aquella hornada, estrenaba de nuevo. Puede que Dark Water no fuera la obra maestra que la anterior, pero rallaba a gran altura. Una nueva historia de fantasmas que creaba una sensación de misterio y aislamiento muy personal gracias a su especial cadencia. Con ella Nakata nos removía en el asiento mediante el asedio a una mujer divorciada y su hija, y nos recordaba la importancia de tener un buen servicio de mantenimiento en nuestras fincas.
La condesa drácula (Peter Sasdy, 1971)
Para ambientación de tintes góticos, nada mejor que la factoría Hammer. Tras su eclosión en los años cincuenta y sesenta, la productora inglesa todavía tenía algunos cartuchos por quemar durante la siguiente década. Y sentimos especial debilidad por esta cinta, en la que la actriz Ingrid Pitt tiene una presencia estelar. No se debe esperar una historia dentro del canon del famoso conde, sino un relato alrededor del mito del vampirismo, en el cual el cariño por la ambientación y el cuento fantástico tiene mucho más peso que la voluntad de asustar. Una película encantadora que está esperando encontrar su público.
Pesadilla en Elm Street 4: El señor de los sueños (Renny Harlin, 1988)
Hubo una época en la que no aquejábamos de completismo compulsivo. Daba lo mismo en qué orden veíamos las entregas de una saga, o si nos saltábamos alguna. Así que, sea el lector o no conocedor de toda la serie alrededor del maníaco Freddy Krueger, vamos a romper una lanza en favor de El señor de los sueños. Un slasher muy divertido, con unos cuantos efectos la mar de resultones y que coquetea incluso con las repeticiones espacio-temporales. El anterior capítulo de la saga, Los guerreros del sueño, tiene mejor prensa, pero nosotros nos quedamos con ésta.
Un hacha para la luna de miel (Mario Bava, 1970)
No hay razón por la cual el giallo no pueda encajar a la perfección en una noche de Halloween. Más si nos vamos a uno de los nombres más populares del género con esta co-producción italo-española. Un hombre traumatizado por la muerte de su madre, un negocio de vestidos para novias, seducción y asesinatos por goteo en un suspense con las claras señas de identidad de la corriente a la que se adscribe, y que se permite algunos devaneos por el fantástico. Como en las mejores muestras del género, su título original es irresistible: Il rosso segno della follia.
Brácula: Condemor II (Álvaro Saenz de Heredia, 1997)
Los más juerguistas, cansados de tanto horror, pueden querer recuperar esta comedia hijísima de su época. Ridícula y casposa, la secuela de Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera (1996) tiene más risas que su predecesora, correteos de vodevil y presencias estelares como la de Nadiuska. Digna perteneciente a ese grupo de películas que ‘de tan malas son buenas’, ver Brácula es una estupenda forma de homenajear al fenómeno popular que fue Chiquito de la Calzada, cuando está a punto de cumplirse un año de su muerte. Si es posible, acompáñese de unos chupitos.