Crónica Sitges 2018 (VIII): Existencialismo y Nueva Carne

A estas alturas del certamen tenemos la sensación de que ya hemos hecho casi todos los deberes que nos habíamos planteado (o como mínimo, los que eran factibles), así que hoy asistimos a las salas con cierta relajación y la mente abierta. Con el pensamiento de «a ver qué nos cae», pero sin esperar la gran revelación del año. Y nos sale un día la mar de apañado.

En el último momento, decidimos abrir la mañana con Await further instructions. Producción independiente, la película va de reuniones familiares en Navidad (es inglesa, al fin y al cabo), con la particularidad de que las relaciones son tirando a tensas, y que para más inri el grupo va a quedar confinado en casa después de que ésta quede sellada por una suerte de coraza metálica que parece tener vida propia. La cinta sabe estrujar sus escasos recursos y evita darse aires de grandeza. Importante en una producción de estas características, los diálogos están escritos con bastante gracia, generando conflictos interesantes entre los miembros de una familia que cuenta con un algunos clichés andantes muy bien llevados. Si a eso se le añade el toque de ciencia ficción, queda un survival que combina ágilmente situaciones ya vistas con pinceladas de identidad propia. Nos han comentado que el director es fan del Tetsuo de Shinya Tsukamoto (1989), y si ya puede atisbarse la referencia cuando los protagonistas son encerrados en la vivienda por ese ente extraño, queda meridianamente claro en los últimos compases de la película, en que se readaptan ideas visuales del clásico experimento cyberpunk. Una grata sorpresa con un discurso planteado de forma un tanto anacrónica (la caja tonta es la fuente de la paranoia y el sinsentido) pero que en líneas generales es universalmente válido (porque sí, las pantallas de manera genérica han acabado por atontarnos bastante).

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Tras este entretenimiento como primer plato, probamos con una ciencia ficción más densa. En Aniara, un grupo de humanos que se dirigen hacia Marte huyendo de una Tierra devastada quedan fuera de órbita. Y sus perspectivas de redirigir la nave son más bien escasas, así que van a tener que vivir a la deriva en ese crucero espacial que hace las veces de microcosmos terrestre. Aniara acaba suponiendo una grata sorpresa. Porque elude los lugares comunes, se salta lo obvio y no subraya con diálogos acartonados. La protagonista, encargada de una sala de la nave que ayuda a evocar la Tierra en la mente de los pasajeros, es de pocas palabras, huye de los sentimentalismos y lleva la situación con admirable estoicismo. Y eso lo transmite al resto de la película, permitiendo que los aspectos interesantes de la trama, los conflictos que podrían surgir en una situación de esta naturaleza, se expresen y desarrollen con autenticidad. El uso de las elipsis es especialmente elegante y ayuda a comprender el sentido del paso del tiempo, y a asimilar la transición que experimenta esa nave, que esencialmente pasa de ser portadora de vida a ser un cementerio flotante. Si a ello le añadimos el mérito que tiene haber filmado una ciencia ficción compleja en unos escenarios que varían entre el transatlántico turístico y el centro comercial, no podemos por más que quitarnos el sombrero.

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Hacemos pausa para comer y plantearnos el sentido de la existencia. Y a la vuelta, bajamos a un nivel mucho más terrenal y visceral con Beast, un relato de amor apasionado y opresivo. La protagonista de Beast es una chica que acarrea una culpa enorme, pero que a la vez se intenta desprender de ella con fiereza, enfrentada a una familia que la asfixia y a un entorno (la isla de Jersey) con aires de cárcel. Su camino se cruza con el de un hombre de aspecto turbio, ambiguo, también juzgado por sus congéneres. Y la película entra en una espiral de duda constante. ¿Qué ha hecho o ha dejado de hacer cada cuál? ¿Hasta dónde llegan sus faltas? ¿Es posible obviarlas? Los prejuicios y las mezquindades se enfrentan a las posibles pruebas y los pedazos de realidad terribles. Y por más que uno rasque, nunca se sabe dónde empiezan unas y acaban la otras. Beast es otra de esas historias dirigidas con excelente pulso, con el mimo del que ajusta un pequeño mecanismo de relojería. Una película a la que apenas se le pueden poner pegas, y que además remueve los intestinos. Porque expone de forma inquietante cómo la sombra de una duda puede corroernos por dentro, cómo es capaz de engancharse como una sanguijuela y no dejarnos dormir. Y cómo llega a corrompernos y destrozarnos si no somos capaces de sobreponernos a ella. No está mal el trago para una sobremesa.

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De cara a la noche nos vamos a por lo ligero. Ya se sabe que es un terreno peligroso y altamente irregular, pero las antologías de terror siempre consiguen llamarnos la atención. Y cuando vemos que ésta incluye además los nombres de Joe Dante y Mick Garris, no podemos evitar la tentación de curiosear Nightmare cinema. Al entrar a la sala, podemos ver a Garris, habitual del festival, sentado en un rincón con una sonrisa en la cara mientras la gente va pasando a sus asientos. Con su melena cana, es un hombre humilde y se marca un discurso en castellano con acentazo, porque está recibiendo clases, y para que quién no lo sepa todavía pueda comprobar lo encantador que es. Con tal anfitrión, la película no puede sino caernos bien a pesar de que no sea nada del otro jueves. Y sí, el aspecto es en general algo cutre, y las historias no tienen una gran originalidad, aunque todas intenten darle un pequeño giro a su premisa inicial. Pero también es cierto que se pasan volando, y que todas son entretenidas. Destacan la de Dante, ambientada en una clínica de cirugía estética y con muy mala leche de fondo, y la de David Slade, con una estética bastante por encima de la media, reproduciendo una dimensión malsana y terrorífica en blanco y negro de la que nos quedamos con ganas de saber más. Otros elementos, como la presencia de Mickey Rourke, se quedan en lo superfluo, y el segmento de Ryûhei Kitamura es tirando a subpar. Pero nada llega a molestar demasiado, y salimos relativamente contentos. Si pusieran otra, entraríamos de nuevo.

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En vez de eso, nos vamos a una que también tiene espíritu de serie B pero envoltorio de serie A. Upgrade, de Leigh Whannell (el guionista de Saw -2004- o Insidious -2010-), es ciencia ficción pasada de vueltas, con una premisa argumental interesante y una trama con agujeros propios de un queso gruyere. Un hombre que ha quedado paralítico tiene la oportunidad de recuperar la movilidad (e incluso aumentar sus capacidades hasta niveles inhumanos) gracias a un chip de última generación proporcionado por un joven trasunto de Ellon Musk. Por supuesto, la cosa no será tan sencilla, y el experimento tendrá consecuencias no deseadas, mientras el protagonista empieza destapar una trama oculta llena de elementos turbios. El caso es que Upgrade se desarrolla de una manera tan ágil y va lanzando sus ideas con tal desparpajo que al final se le perdonan los defectos. Como ya hemos dicho, si uno se pone a mirar con detenimiento la forma en que encajan las piezas, puede ver que aquello no tiene demasiado sentido. Pero el bien mayor del entretenimiento manda, y como tampoco tiene ínfulas de trascendencia, la película resulta de lo más disfrutable. Estéticamente cuidada, con escenas de acción efectivas y un uso de la cámara bastante creativo para los estándares del cine más comercial, Upgrade es de esas películas dignas de la atención del público palomitero. De ninguna manera llegará a una lista de mejores del año, pero da lo que promete. De hecho, el nivel de satisfacción es tan alto que acaba por llevarse el Premio del Público en esta edición de Sitges. Lo cual es una sorpresa, todo hay que decirlo.

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