Crónica Sitges 2018 (VII): Desenfocados

Se presenta un día duro, con una decepción tras otra y una pequeña salvación de última hora, casi por la escuadra. Pero no adelantemos acontecimientos porque, de momento, el habitual madrugón de cada día nos vuelve a compensar. Comenzamos con Burning, lo nuevo del coreano Lee Chan-dong (Poesía, 2010), y salimos más que satisfechos. Basada en un relato corto de Haruki Murakami, la historia empieza con aires de película romántica para complicarse poco a poco. No porque ocurran muchas cosas, sino porque en el ambiente empieza a flotar cierto aire enrarecido que parece no acabar de concretarse del todo. Estupendamente planificada y fotografiada, Burning no tiene ningún giro que no hayamos visto ya, pero consigue que el camino valga la pena. Es capaz de reproducir en el espectador ese sentimiento de atracción que Jongsu, el protagonista, siente por su antigua vecina, la alocada Haemi, y transmite conforme avanza la trama la desazón, frustración e inquietud que va experimentando de manera progresiva. Todo gracias a unos personajes muy bien dibujados con tan sólo unas pocas líneas de diálogo y muchos gestos, y al peso específico que Chan-dong es capaz de otorgar a los espacios. Una forma muy sugerente de comenzar la jornada.

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Ahora empieza la bajada. Y no nos explayaremos demasiado en ella más allá de la siguiente película, y más por reacción que porque valga la pena detenerse mucho. Nos plantan en los morros Assassination Nation, una cinta que explora los conflictos alrededor de la privacidad y de la máscara social a raíz de unas filtraciones masivas de datos personales en Salem, que acaba derivando en una moderna caza de brujas. El lugar de partida es atrayente, y se apuntan algunos planteamientos interesantes en cuanto a los juicios prematuros y los límites de la moralidad. Pero ya se empieza a atisbar un problema que se va agudizando conforme avanza la película y que acabará por conseguir que se caiga a trozos. Los cineastas quieren aprovechar para introducir también un discurso feminista, pero éste aparece metido con calzador, entremezclado de forma confusa con el que inicialmente parece el tema principal de la cinta. Y cada vez la cosa se lía más, y los mensajes se vuelven más confusos y por lo tanto se diluye lo que parecía que quería decir, y lo que quiere decir al final no parece tener una base interna sólida. En resumen, han querido juntar churras con merinas. Algo que si estuviera como mínimo sustentado por un edificio cinematográfico en condiciones, podría hacer de Assassination Nation algo pasable. Pero más allá de algunos planos con ideas realmente buenas (por ejemplo los que reflejan el impacto creciente de lo que está pasando en las redes), en conjunto está terriblemente narrada, sus personajes quedan desdibujados de manera preocupante y el montaje es absolutamente desastroso. Sumémosle la forma en que la película acaba escupiendo el mensaje a la cara del espectador, bien refregado y con insistencia, y tenemos un sinsentido con ínfulas, que se cree mucho más atrevido de lo que es (que de hecho no lo es; si acaso para eso habría que fijarse en el Dragged across concrete de ayer). En definitiva, una de las películas más horripilantes que hemos podido ver en esta edición de Sitges, sensación que se acentúa todavía más cuando vemos cómo la mayoría de gente que nos cruzamos la envía directa a su podio personal. Inexplicable. Que venga Iker Jiménez y lo vea.

La travesía por el desierto va a continuar, pero no se la vamos a reproducir al lector con pelos y señales porque nos falta sadismo. Sólo comentar que vamos con ilusión a ver Hoffmaniada, una cinta rusa de stop motion con un aspecto precioso, pero que acaba siendo un bombardeo constante de ideas y referentes alrededor del escritor que señala el título. Sólo para muy fans, ningún plano empieza o acaba cuando le toca, así que la historia se siente forzada y atropellada. Tristemente es un desastre narrativo.

Después le toca a Luciferina, cinta argentina de terror que por lo visto (algo de lo que no nos han avisado) forma parte de una saga y que es básicamente una historia de posesiones e intentos de posesiones fabricada con material de derribo. Fotografía televisiva, recursos manidos, malas actuaciones y momentos de auténtica ridiculez. Nada nuevo bajo el sol, excepto los niveles de aburrimiento.

Y para acabar Fonotune: An electric fairytale, una película de Noves Visions de esas con las que esperamos ser el más chulo que ha visto la perla escondida del festival. Pues no. Pese a la interesante ambientación post-apocalíptica, alejada de los cánones habituales, se trata de un envoltorio vacío. Y aunque nos recuerda por momentos al Electroma de Daft Punk (2006) por esa esencia de road movie a pie por parajes desolados, aquella conseguía transmitir sensaciones. Ésta quiere ser muy autoral, pero tan sólo cuenta con la fachada.

Quien haya llegado hasta aquí podrá entender que al final de la tarde estuviéramos con los ánimos por los suelos. Pero como ya hiciéramos hace un par de días, nos salva el milagro de las reposiciones. En esta ocasión vía la sección Seven Chances, coordinada por la crítica. Y hoy nos traen una remasterización de Throw down de Johnnie To. Curioso porque la obra es relativamente nueva, de 2004. Pero como no es de las más conocidas y el nombre de To suele ser sinónimo de calidad, nos aventuramos sin pensárnoslo dos veces. Y salimos de la sala recuperados. Throw down no es el tipo de película del director que estamos acostumbrados a ver por estos lares. Eso a pesar de que si se echa una ojeada a su filmografía, puede verse que no todo es ni mucho menos suspense y acción. Así que, sin tenerlo previsto, nos introducimos en una historia mínima de tres personas que se cruzan, se aprecian e intentan vivir a su manera. De narrativa libre, incluso deslabazada por momentos, Throw down es una carta de amor a sus personajes y a la ciudad de Hong Kong. Un encantador homenaje a Akira Kurosawa a través del judo, con sus inevitables momentos de reminiscencias al western, a todas luces imperfecta pero con mucha alma y una conclusión preciosa. Se nos pasa el sutil cabreo, se nos pasa la decepción, y nos sentimos con energías para tomar unas cervezas y encarar la siguiente jornada con optimismo.

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