Momentos de cine: La mirada de Marianne

A estas alturas decir que el cine de Jean-Luc Godard es rompedor no es decir nada nuevo. Porque lleva décadas siéndolo y porque para descubrirlo no hay más que revisar un par de secuencias al azar de cualquier momento de su carrera. De entre su filmografía, posiblemente la película más conocida (con permiso de su ópera prima Al final de la escapada, 1960) sea Pierrot el loco (1965), todo un catálogo de hallazgos y jugueteos que, si con algo rompe, es con la misma nouvelle vague que había ayudado a popularizar. En ella, Ferdinand y Marianne, interpretados respectivamente por Jean-Paul Belmondo y Anna Karina, tienen una aventura amorosa mientras protagonizan una de las road movies más peculiares de la Historia del cine.

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Entre los muchos recursos que el cineasta utiliza a lo largo de la película se encuentra, cómo no, el de la mirada a cámara. Y de entre los momentos en que la usa, hemos querido destacar el que nos parece posiblemente el más bello de la cinta. Ferdinand (o Pierrot, según se empecina en llamarlo su compañera de aventuras) le pregunta a Marianne: «¿Nunca me dejarás?». Y ella responde: «Claro que no».

Pierrot insiste: «¿Seguro?».

«Sí, seguro». Y entonces:

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Le mira. Silencio. «Sí, seguro».

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Y de nuevo:

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Godard no es desde luego persona de prodigarse en sentimentalismos. Y esta no es una excepción. Pero de alguna manera (tal vez por ello mismo), en este instante tenemos la sensación de conectar con un nivel de intimidad inusitado en el personaje de Marianne. A estas alturas de la película la mirada a cámara no nos pilla por sorpresa, pues ya se ha utilizado previamente, aunque de una forma mucho más ligera, con la voluntad juguetona que mencionábamos al principio. Sin embargo, cuando nos hemos acostumbrado a ese tipo de tono y de planteamientos, Godard cierra el plano sobre su protagonista, la sitúa ante una pregunta comprometida, y nos abofetea con una mirada llena de incertidumbre. Una mirada que, pese a producirse delante de su pareja, sabemos que él no es capaz de ver (y no es capaz por algo muy sencillo: está fuera del plano).

La sombra de la duda está sembrada, y la intensidad de los ojos de Anna Karina nos hace intuir que en su personaje se revuelven preguntas y respuestas que sólo ella conoce (si es que las sabe), a la vez que interpela al que se encuentra al otro lado de la pantalla a que trate de adivinar qué le pasa por la cabeza, a aventurar en qué acabará todo esto. Es posiblemente el instante más emocional de la historia, uno compartido sólo entre Marianne y el espectador. Con cuatro palabras y un primer plano, Godard consigue montar una imagen cuyo efecto se arrastra durante toda la película, y más allá.

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