Releyendo sagas: «Rogue One: Una historia de Star Wars»

Star Wars: El último Jedi -Rian Johnson ya ha confesado que siempre pensó el título en singular- acaba de aterrizar en las pantallas de todo el mundo. Un nuevo acontecimiento anual que suma y sigue, con previsión de alargarse de forma indefinida y que, por el momento, funciona mientras todos rezamos porque la cosa no degenere en saturación estomagante. Mientras tanto, nos dedicamos a disfrutar, y queremos aprovechar para fijarnos en un aspecto poco comentado de la anterior aportación a la saga, Rogue One, que se estrenó el año pasado como entremés mientras se cocinaba la continuación del canónico (aún con la boca pequeña) Episodio VII de J. J. Abrams.

Como la mayor parte de lectores sabrán, Rogue One toma un detalle argumental de la Star Wars original (la referencia al robo de los planos que permitirán a la Alianza Rebelde acabar con la Estrella de la Muerte) y lo adorna hasta darle cuerpo de largometraje. Algo que consigue con sorprendente efectividad, haciendo que lo que originalmente era una nota al margen tome auténtico peso específico, transformando anécdotas eternamente debatidas por los aficionados (ese fallo de diseño en el arma imperial definitiva) en cuestiones de verdadero calado dramático, ampliando el universo warie con nuevos mundos, personajes y diseños, y añadiendo cierta gama de grises a la idealizada Rebelión.

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Pero he aquí la cuestión: Rogue One no hace sólo eso, sino que expande de repente las posibilidades de visionado de la saga galáctica en su conjunto (algo con lo que los fans ya llevan años coqueteando, alterando el orden de los episodios o excluyendo/incluyendo las series de televisión). Una cuestión que podrá tener mayor o menor calado a nivel intelectual, pero que convierte este spin off en algo estimulantemente juguetón y en un experimento del que dudo existan precedentes.

Rogue One no tiene número episódico en su título y, como tal, se encuentra fuera de la serie principal concebida por George Lucas y que se centra en la saga familiar de los Skywalker. Pero a la vez, está diseñada de manera que encaja de manera directa e ineludible con su fuente primigenia, el Episodio IV, Star Wars, La guerra de las galaxiasUna nueva esperanza, como la llame cada uno. La integración es tan radical que el final de Rogue One se distancia tan sólo un par de saltos hiperespaciales -trasladado a la jerga cinematográfica, una o dos secuencias- de ese inicio en Una nueva esperanza donde un destructor imperial asedia la nave consular de la princesa Leia. Por lo tanto, alguien con ganas de circunscribirse al concepto original de aventura ligera y pulp, sin el componente culebronero del drama familiar ni mayores consecuencias en cuanto a la forma y fondo de la Fuerza, podría limitarse a visionar Rogue OneStar Wars como un díptico autoconclusivo. La experiencia la conformaría así la sencilla historia de un malvado Imperio que planea subyugar por completo la galaxia, y de cómo unos rebeldes consiguen desbaratar sus planes marcando el principio del fin de su hegemonía. Directo y sin florituras.

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Por otro lado, cabe recordar que Rogue One fue señalada por muchos fans y un puñado de críticos descontentos con los resultados de la trilogía de precuelas que ideó el propio Lucas como lo que deberían haber sido esas entregas: historias ceñidas al canon original establecido entre 1977 y 1983, que mantuvieran su mismo tono y esencia (sobre lo que significa esa esencia podríamos debatir largo y tendido). Así pues, Rogue One puede de repente transformarse en una vía de entrada alternativa a la saga Star Wars, que obvia los episodios I al III, y conforma un gran arco argumental sobre la lucha de la Alianza Rebelde contra ese Imperio Galáctico del que hablábamos antes, añadiendo a la receta algunos apuntes morales. El centro de la saga continúa siendo el conflicto entre las dos facciones, y el estilo se mantiene de una forma más sostenida, sin ser necesario añadido alguno. Se conserva de esta manera el concepto de serial, a la vez que éste es más compacto tonal y estéticamente.

Por último, la película puede leerse como un sencillo apéndice -lo más cercano a su misma concepción como spin off– de forma que el espectador que mira todos los episodios puede profundizar en unos contenidos adicionales que añaden calado a la historia que ya conoce y estima. La integración con el resto del canon es absoluta, y para atestiguarlo sus artífices se han preocupado por sembrar algunos detalles que recosen la saga, como es la presencia anecdótica de algunos personajes pequeños pero nucleares en el universo de Star Wars como el senador Bail Organa (padre adoptivo de Leia, aparecido en El ataque de los clonesLa venganza de los Sith) o la rebelde Mon Mothma (líder de la Rebelión vista en El retorno del Jedi). El conjunto permanece inalterado y, en todo caso, se enriquece.

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O incluso, por supuesto, Rogue One puede obviarse por completo, y considerar los episodios I al VI como la única y verdadera Star Wars. Una opción que, de forma más o menos consciente, se plantea también al espectador con las nuevas secuelas, El despertar de la FuerzaLos últimos Jedi (sic), que obvian el numerito a la hora de promocionar el título (no olvidemos que, al fin y al cabo, cuando se estrenó la trilogía original los carteles tampoco incluían la dichosa cifra). Seguramente es la elección que toma el padre de la criatura, sumido en un eterno conflicto frente a las decisiones que ha tomado respecto a su futuro.

El único caso similar al que estamos comentando que viene a la cabeza es el de la saga marvelita sobre los X-Men. Uno podría ver por un lado X-MenX-Men 2X-Men: La decisión final, y separarlo de las entregas más modernas, de Primera generaciónApocalisis. Pero a la vez, la intermedia Días del futuro pasado daría la opción al espectador de remedar la vapuleada La decisión final, ya que la elimina a efectos prácticos de la trama global. Alguien podría decidir también ver la serie en orden cronológico, empezando por Primera generación (ambientada en los 60s) y terminando por X-2 (situada en los 2000s). O incluso hacer combinaciones más extrañas. La diferencia es que aquí la carambola parece provenir de la voluntad de enmendar la plana a una secuela fallida (La decisión final), con la presencia de algunos elementos que hacen pensar más en improvisaciones que en planificación seria por parte del estudio, y con múltiples lagunas en su continuidad. Carece, por lo tanto, de la solidez interna que atesora hasta el momento la saga galácticay no alcanza así el nivel de profundidad que se puede observar en el caso de la película de Gareth Edwards.

El asunto de Rogue One: Una historia de Star Wars es pues totalmente inaudito. Porque aunque Star Wars es también todo un universo expandido compuesto por cómics, novelas, videojuegos, RPGs… que desarrollan su trasfondo y personajes, al crecer de esta manera la familia de películas que la componen (y que son de hecho el verdadero núcleo duro de la ficción, la fuente a la que van a beber en última instancia todos sus satélites), se redefine a sí misma creando algo nunca antes visto por los espectadores a nivel metacinematográfico. Es, posiblemente, la primera experiencia verdaderamente modular y personalizable de la Historia del Cine.

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