Crónica Sitges 2017 (IV): Lo viejo y lo nuevo

Tras un sábado bastante irregular, nos enfrentamos a la última jornada de esta semana de festival. Y lo hacemos comenzando por lo mejor, el encuentro con el director William Friedkin. Tan encandilados nos dejó en el coloquio de Sorcerer, que no podemos evitar acercarnos a la Carpa Noray para asistir a la charla con los aficionados que montan a media mañana. Tal vez algún día nos liemos la manta a la cabeza y transcribamos lo que contó el realizador, pero mientras tanto diremos que pertenece a una estirpe de cineastas de potente fondo intelectual, cultos, grandes conocedores del cine y su historia, y con una consciencia de lo que estaban haciendo que va más allá de la aparente profundidad que pudieran tener sus películas. Da gusto escucharlo, y también pena pensar que no abundan ahora personajes de este calado. En cualquier caso, hace que nos importe menos haber perdido completamente la pista a Del Toro y la otra gran estrella de este año, Susan Sarandon.

Como la charla se alarga, llegamos por los pelos a la proyección de M.F.A., un drama-thriller que se aproxima a la cuestión de las agresiones sexuales en los campus norteamericanos. Es una cuestión peliaguda, y que provoca escalofríos si se atiende a las cifras que corren por ahí al respecto. La película, en todo caso, no destaca en exceso en ningún apartado, pero va manteniendo el interés conforme avanza. El problema es que cuanto más se adentra en la vía de la venganza y la justicia por su mano que toma la protagonista, más se empantana en su discurso. Porque si bien el tema que trata es muy serio y es importante darle visibilidad, además de denunciar la posible normalización de la situación y las elusiones de responsabilidad que se producen al respecto, también es verdad que al final la directora parece estar justificando a su protagonista en una cruzada sin escrúpulos. Y apoyando no sólo el ojo por ojo, sino directamente el asesinato. Cuidado, si esta fuera una película sin ningún tipo de pretensión moralizante, planteada como una mera diversión, es algo que podría pasarse por alto (al fin y al cabo, todos disfrutamos con historias de justicieros que no dejan de tener un trasfondo moral más que dudoso, sin ir más lejos Harry el sucio). Pero si uno se pone realista, serio, político, si pretende lanzar un mensaje, entonces se está metiendo en un jardín con este tipo de enfoque.

Afortunadamente, lo siguiente que vemos es al señor Johnnie To, un hombre que no quiere dar lecciones a nadie, si no es que son de cine. Dentro de la retrospectiva dedicada a Hong Kong, se proyecta The mission (1999), y el señor To se plantifica en la sala para presentarla. Confiesa que tras tantas películas, no es capaz de recordar ésta en detalle, pero lo cierto es que a posteriori es capaz de responder todas las preguntas que le lanza la audiencia. Sobre The mission, decir que es un thriller de acción tremendamente sólido, que sirve como muestra del gran cine de delincuentes que se hace en Hong Kong, y que pone una vez más de manifiesto el virtuosismo de To tras las cámaras, con un enfoque propio que opta por una vía más austera que su principal compañero de generación John Woo. Al terminar la película, alguien pregunta si hay influencias de la danza o las artes marciales en sus coreografías de tiroteos (hay una en un centro comercial que es para enmarcar). A nosotros nos hace pensar más bien en el western, y aunque la enésima traducción paupérrima que estamos teniendo en este festival deja la cuestión en el aire, nos satisface cuando posteriormente el director señala como gran referente a Sam Peckinpah. Ahora la cosa ya cuadra más.

the mission

Otro que viene de presentación es el director Gary Sherman. Gracias a la sección Seven Chances, que hace unos años que vigilamos muy de cerca, se recupera Death line (en España Subhumanos), una película británica del 73 que en su día fue mutilada por doquier. Aquí nos presentan la versión íntegra estrenada en su país de origen, en vez de la recortada que llegó vía EE.UU.. Con algunos tics de su época (un personaje femenino estúpido a más no poder, un final abrupto y algo petardo), Death line es una estupenda serie B, con unos momentos atmosféricos sorprendentes -el largo plano secuencia que  nos muestra el mundo subterráneo que se esconde bajo el metro londinense es de pedigrí-, y una interpretación antológica de Donald Pleasence -en una especie de Torrente a la inglesa, es decir, retrógrado pero eficiente y mínimamente civilizado. Pleasence era entonces un actor de referencia, y como curiosidad, el director desvela que cuando llamaron a Christopher Lee para participar en la película (en una intervención sorprendentemente breve, pero memorable), éste dijo que si podía compartir pantalla con él, y podía hacerlo sin colmillos, la duración y el salario eran lo de menos. Velada de british trash, quién puede resistirse.

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Antes de irnos a dormir nos quedamos para ver The cured, una película que plantea una idea muy interesante: los aquejados por una epidemia zombi son curados, pero no pierden los recuerdos de lo que hicieron mientras estaban infectados. Lo que ocurre es que en vez de centrarse en la vertiente psicológica de la cuestión, el director David Freyne decide poner el foco en el aspecto social. Así, vemos cómo la población rechaza de manera masiva la reinserción de los enfermos. Pero es que no hay una explicación que evite que uno se pregunte el porqué de esa actitud generalizada. Si los enfermos eran totalmente ajenos a sus actos, ¿cómo puede negárseles la oportunidad de reintegrarse tan a la ligera? ¡Si los zombis ni siquiera mantienen un aspecto físico humano! Hacer esto creíble requeriría de una elaboración y un tratamiento de personajes que brilla por su ausencia, y rápidamente el tedio se apodera de nosotros, por mucho que hayan enrolado a Ellen Page para darle caché al tinglado. Así pues, decidimos retirarnos para madrugar al día siguiente.

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