Se entra a ver la nueva entrega de Piratas del Caribe y es un choque constante entre lo que es, lo que no es y lo que podría ser. Por un lado, sigue siendo de agradecer el encontrarse con una cinta puramente de aventuras, algo no muy habitual en los tiempos que corren (eso sin hablar ya del subgénero bucanero, totalmente enterrado si no fuera por la saga que nos ocupa). Por el otro, rápidamente se pueden identificar ciertos patrones de construcción que acaban por disminuir su potencial evocador, ese que nos traslada al corazón de la odisea, que despierta nuestra fascinación infantil: un montaje precipitado, construcción visual aparatosa, personajes que no son siempre todo lo carismáticos que uno desearía…
Aparece Johnny Depp en una escena que referencia claramente a Luces de la ciudad (Charles Chaplin, 1931) y uno se anima, y recuerda esa primera presentación en La maldición de la Perla Negra (Gore Verbinski, 2003) en la que Jack Sparrow arribaba a puerto en sincronía perfecta con su barco hundiéndose. Avanza la historia y empieza a darse cuenta de que sobran personajes, relaciones entre ellos, facciones en disputa, la sencillez que caracterizaba aquel primer y nunca superado capítulo.
Hay cosas que funcionan: los toques de humor siguen siendo efectivos (¡atención a la aparición estelar de Paul McCartney!), la mitología marina es atractiva, algunas escenas están bastante conseguidas. Y, sin embargo, uno se pregunta si le hacía falta estar viendo otra película de Piratas del Caribe (vete a saber si es tan siquiera la última). Si no hay otro enfoque posible, que no pase por el barroquismo visual y narrativo, que simplemente tome los cuatro elementos que funcionan realmente bien en la saga y construya algo auténtico y no tan orientado a repetir fórmulas y apabullar al personal. Pero nada de esto sirve para demasiado. Tenemos lo que tenemos, y La venganza de Salazar es un entretenimiento bastante decente, que se acerca a lo que fueron la segunda y tercera partes de la serie. Algo que nadie estaba esperando, pero una pequeña isla en medio del océano al fin y al cabo. Lo justo para no ahogarse hasta el siguiente intento de resucitar el cine aventurero.