Vivir de noche

Nos ha tenido bien acostumbrados Ben Affleck como director. Tanto que, ahora que presenta una película simplemente correcta, parece que hay cierta tendencia a ensañarse más de la cuenta con ella. Desde luego, Vivir de noche es la cinta más floja de Affleck, eso está fuera de toda duda. Y es así seguramente porque tiene algunas dificultades en el arranque que va a ir arrastrando durante el resto de su desarrollo. El primer acto de la película, ambientado en el Boston de los años 20, no consigue hacer saltar chispas. Es un tramo soso, que va recorriendo ciertos puntos arquetípicos del género sin que se note un giro hacia nuevos territorios o un enfoque más personal, con unos personajes que generan más bien indiferencia y una profundidad argumental que no va mucho más allá del folletín. En definitiva, el arranque de Vivir de noche hace pensar más en videojuegos como Mafia que en las películas de género de los años 30. Hasta aquí, pues, las perspectivas no son demasiado halagüeñas, y uno no espera que mejoren mucho.

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Sin embargo, la cinta despega considerablemente una vez la acción se traslada al sur del país. Vivir de noche toma entonces nuevos aires, se reaviva gracias al mestizaje presente en una Florida que respira la cercanía del Caribe, y que se ve reflejado tanto en la ambientación de la película como en el devenir de la trama. Affleck hace entrar incluso en liza, de manera muy elegante, el comentario social. Y de repente, Vivir de noche encuentra por fin su propia identidad. Uno se siente entonces interesado por el recorrido personal del protagonista, Joe Coughlin, un criminal con cierta conciencia y principios, que por momentos consigue que empatizemos con él y por momentos se resiente del estoicismo facial del actor. Pero hay plantados suficientes elementos desde la primera mitad de la cinta como para que el relato se aguante por sí solo. Elementos cuyas violentas interacciones son suficientemente imprevisibles como para mantenernos expectantes, aunque sepamos que aquello tiene que explotar por algún lado. Por eso, incluso si al director-guionista se le va la mano en algún momento de la conclusión (con ciertos histrionismos o dramatismos fuera de su lugar óptimo), ha conseguido recuperar el suficiente nervio como para que vayamos con él hasta el final. Vivir de noche se recuerda así como un relato de gángsters en cierta forma exótico, agradable de ver, pero que en última instancia falla a la hora de posicionarse en la memoria colectiva del género.

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