Toni Erdmann

El mundo corporativo, las reuniones de negocios, el ajetreo de la vida moderna, los yuppies… son elementos ampliamente retratados por el cine de las últimas décadas. Ese es el medio natural de la protagonista de Toni Erdmann, Inès, una mujer sin tiempo para nada fuera de una realidad llena de exigencias, momentos cruciales, negocios de alto nivel y donde todo es importante. No ya importante, sino absolutamente trascendental. Pero todos sabemos que si todo es importante, nada es importante. Y ahí es donde entra en liza el personaje que da título a la película, el padre pródigo de Inès. Un hombre que aspira a reconectar con su hija y corregir lo que sea que haya hecho para que acabe absorvida de esa manera por lo que socialmente se considera un triunfo. Claro que él es pródigo a su manera. Winfried/Toni Erdmann es un hombre imprevisible, auténtico agente del caos que va a poner la vida de Inès patas arriba en contra de su voluntad.

Toni Erdmann se mueve entre el gag seco e incómodo y el drama familiar con conciencia social. Para entender el carácter de la película baste decir que, a pesar del género en el que se enmarca, no hay una sola melodía que actúe de colchón en escena alguna. La única presencia musical es aquella (escasa) integrada en la ficción. Es curioso, pues cuando uno piensa en la premisa del padre con síndrome de Mortadelo se le ocurre que tal vez, hecha al otro lado del Atlántico, esta película podría haber sido fácilmente una comedia dirigida por los Farrelly y protagonizada por Will Ferrell. Sin embargo, se parece más a la cinta de un Ken Loach que se hubiera desmelenado y hubiera decidido entregarse a los brazos del absurdo. 

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El último tramo de Toni Erdmann, por libérrimo y dramáticamente oscuro, resulta tan sugerente como desconcertante. Como trasladando un tipo de verdad que uno no puede explicar plenamente con palabras, pero que apela de alguna forma al subconsciente, que se entiende sin ser entendido. Ahí es donde reside una de las mayores virtudes de la película, al igual que uno de sus talones de Aquiles, por la sensación abrupta que deja la conclusión. En cualquier caso, Toni Erdmann nos suelta con sugerentes ideas rondando la cabeza. Sin ir más lejos, la noción de que tal vez la única forma de tomar el control de una vida milimetrada y ultraplanificada es precisamente dejar entrar algo de descontrol en ella.

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