Es posible -o no- que, tras el atentado de Charlie Hebdo, Timbuktu cobre, de forma involuntaria, relevancia adicional (puesto que actualidad ya la tenía) en los altavoces mediáticos. La toma de la capital maliense y la implantación de la sharia por parte de los fundamentalistas de Ansar Dine, vista desde el país vecino, Mauritania, nos hace cercana una situación paralela y simultánea a la nuestra, que no hace sino ubicarnos en el tiempo que nos ha tocado vivir y poner en perspectiva nuestra visión de las múltiples realidades de que se compone.
Y es que, más allá de abrirnos la puerta a un país que queda totalmente fuera de nuestro radar, Timbuktu no es, en contra de lo que se esperaría, una película en exceso violenta, ni con un occidentalista enfoque virado al thriller o el melodrama. Es una observación admirablemente sosegada de una realidad profundamente desasosegante. Con ella, Abderrahmane Sissako se demuestra cineasta humilde, de mirada sincera, honesta, llena de buenas intenciones en el mejor y menos simplista sentido de la expresión.
Mientras los personajes de este cotidiano retablo viven, sin aparente posibilidad de resistencia (pero con encomiable entereza) la descomposición de su forma de vida, la belleza del desierto y las tierras fértiles a orillas del río son testimonio impasible de lo que ocurre y ayudan, en cierta forma, a situar a escala al ser humano.
En paralelo, el realizador enfrenta la grave situación con un reseñable sentido del humor. Un humor inevitablemente ridiculizador de aquéllos que imponen restricciones absurdas y sin límite a las vidas de sus congéneres, pero a la vez sutil, fino y, seguramente, más efectivo -al menos en este caso- que el del archiconocido semanario galo. Casi pacificador.
Timbuktu subraya, sin apenas notarlo, cómo la esperanza frente al conflicto se encuentra en las mismas personas que son partícipes de él, y de que la verdadera solución al problema deberá venir acompañada con la bendición y de la mano de los que lo padecen en su propio hogar. Es un grito, que es casi una caricia, por la libertad.
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