Locke

Un coche y un hombre. Eso es todo lo que necesita -o todo lo que tiene a su disposición- Steven Knight para construir su ficción. El realizador británico, que no por casualidad se ha dedicado durante la mayor parte de su carrera al menester de guionista -labor de la cual procede una perla como «Promesas del este» (David Cronenberg, 2007)- decide basar su libreto en un solo pilar: el diálogo. Lo que, en la práctica, y más allá del resto de componentes cinematográficos explotados o explotables, equivale a jugárselo todo a una carta: el actor, Tom Hardy. Por fortuna para Knight, se trata de una carta ganadora.

Tom Hardy es todo lo que hay; es todo lo que se necesita.

La historia de Ivan Locke, el protagonista que da título a la película, se construye a golpe de manos libres, conversación a conversación, en un viaje nocturno que para el espectador resulta inicialmente misterioso, progresivamente tenso, y finalmente incierto. El mismo nombre del personaje*, así como la matrícula de su coche (ADIO XSJ), nos dan rápidamente la medida del dilema al que se enfrenta Ivan. Puede que el conflicto en el que se basa la película sea algo incoherente (pues es originado por una serie de ‘fallos’ que cuesta atribuir a un personaje tan precavido y perfeccionista como se encarga de remarcar la narración desde el principio, y luego de forma recurrente). Pero no es menos cierto que -y eso es, al fin y al cabo, lo más importante- se sustenta perfectamente a nivel dramático.

Es necesario volver, pues, sobre un contenido Tom Hardy, que aguanta la insistente mirada de la cámara con encomiable solidez. Y es que, por más que las llamadas telefónicas sean una constante en el film, las charlas que mantiene el protagonista a través del móvil no dejan de ser en cierta forma monólogos consigo mismo (igual que cuando habla solo, igual que cuando está en silencio). Es en ese matiz donde reside el encanto de la cinta, en esa permanente necesidad de reafirmación de Locke, un hombre que quiere ser impecable en todo y con todos, que aguantará con la mayor dignidad aunque el mundo se desmorone a su alrededor, que no admite, en definitiva, que no se puede ganar en todos los terrenos de juego.

Steven Knight aprovecha los escasos recursos espaciales, attretzísticos, fotográficos… de que se ha dotado y los explota con inteligencia, generando un conjunto visualmente atractivo y con significación. Lo que no quita que «Locke» se acabe viendo limitada por esas restricciones autoimpuestas. Es el precio de la intimidad: la fórmula tiene dificultades para captar plenamente la atención del espectador durante la completa duración de la película y, aunque éste esté preocupado por el destino final del señor Hardy, e incluso se sentirá satisfecho una vez corran los créditos -gracias a una conclusión coherentemente elegante y nada categórica-, no será sin haber sorteado altibajos, fruto de las (¿inevitables?) redundancias en estructura y planificación.

* En inglés, la forma verbal locked up se traduce directamente como encerrado/enjaulado.

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