Atlántida Film Fest 2014: Buffet internacional

Decidimos gastar los últimos cartuchos del festival escogiendo las películas por pura intuición, y tanteando trailers para tratar de asegurar un poco más el tiro. El resultado es el siguiente:

Para comenzar, «The selfish giant«, de Clio Barnard, viene precedida por unas muy buenas impresiones generales. Es uno de esos dramas británicos centrado en las clases sociales bajas, tan seco, tan desesperanzado, que cuesta creer que muestre una realidad palpable (cosa más que posible). Cuesta también conectar completamente con él -lo ponen difícil el contexto y los personajes- aunque sí se aprecia una óptica propia, buen hacer y compromiso con la historia. Contiene tantas recompensas como golpes al estómago del espectador. Prohibida para gente con los ánimos bajos.

Rara vez ocurre que una comedia romántica actual nos llame la atención, pero es el caso de «Main dans la main«. Al final, no es que se trate de una obra maestra, pero sí que consigue Valérie Donzelli diferenciarse del montón gracias a la inclusión de un elemento fantástico planteado de una forma muy curiosa y personal, al factor coreográfico que éste genera en las acciones o al inusual romance entre un joven y una mujer madura. Si acaso, vale la pena nada más que por presenciar una de las escenas de sexo más bellas que se pueden recordar. Tenían que ser franceses.

Viene jugando fuerte el danés Anders Rønnow Klarlund con su «The Secret Society of Fine Arts«. Tanto estética como ideológicamente. Presenta su obra como una airada despedida del mundo del cine (si no te gusta el panorama, quédate a luchar, bribón), y consigue el efecto epatante que busca con esta reinterpretación de Chris Marker para la era digital. Una película hecha íntegramente a partir de imágenes estáticas (animadas cuando conviene, eso sí) que tiene bastante de radical y bastante de valioso. Sus protagonistas, una especie de dadaístas a lo bestia, pueden ofrecernos un buen terreno para la reflexión sobre la relación entre arte y sociedad.

Acción en parada constante.

Otro que quiere hacer inventos (menos arriesgados, eso sí), es el estadounidense Sam Neave con «Almost in love«. Para motivarse a sí mismo y al personal, decide narrar su historia de triángulo amoroso en dos largos planos secuencia. El problema es que para articular una propuesta de este tipo, hay que tener una pericia extrema en el manejo de la imagen y del ritmo (a Hitchcock me remito). Y, en el caso que nos ocupa, hay más ganas que capacidad. Dejando de lado el hecho de que durante la primera mitad de la película la cámara se mueve con poca naturalidad (afortunadamente, para el segundo acto se opta por llevarla al hombro), no hay suficiente enjundia narrativa o diálogos frescos como para que el conjunto sea remarcable. Esforzado, sí; entretenido, hasta cierto punto; recomendable, con bastantes reservas.

Por último, «Noche» es una de esas películas que nos hacen recordar que el mejor lugar para ver cine es una sala de cine. Citan los comentarios sobre la ópera prima de Leonardo Brzezicki a Apichatpong Weerasethakul (va de nombres complicados la cosa). Resulta acertado. Como mínimo desde el punto de vista de que el filme exige de una entrega total por parte del espectador. Algo un tanto difícil cuando se está en casa y frente a la pantalla de un ordenador. «Noche» es una experiencia sensorial, en que la naturaleza se come a los personajes y en que el sonido lo es todo. Peca por otro lado de unos perfiles humanos algo robóticos, al borde del ‘modernillismo’. Pero también es cierto que esta cinta argentina se antoja hipnótica, que es arriesgada, especial. Una vez más, para el que consiga aguantar frente a la pantalla sin desviar la atención.

No es la noche tailandesa, sino la argentina.

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