No vale la pena extenderse en exceso en relación a «Bestias del sur salvaje». No porque no lo merezca, sino porque resultaría superfluo. «Bestias del sur salvaje» hay que verla. Es una bella experiencia que, cuanto más se desgranase, más encanto perdería. Así, el debutante Benh Zeitlin ha conseguido uno de los que, previsiblemente, será de los mejores estrenos del año que empieza, realizando un filme que, como me dijo un amigo, le da diez vueltas a «Lo imposible» (J.A. Bayona, 2012) -marcando las correspondientes distancias en cuanto a enfoque, pero conociendo que hay algo de la esencia que se solapa.
En esta aventura de supervivientes con mayúsculas, esta epopeya de personajes y situaciones -normal que Boyero preguntara de qué iba la película, pues no vale la pena intentar descifrar una trama al uso-, Zeitlin camina en la cuerda floja, puesto que la fórmula escogida desde el guión, con abundancia de voz en off y presencia múltiple de personajes entrañables, se presta a caer fácilmente, de forma voluntaria o involuntaria, en la ñoñería. Pero, sorprendentemente, el joven director consigue atravesar el abismo, y en el mayor riesgo se esconde el mayor triunfo.
«Bestias del sur salvaje» llega con facilidad al corazón, tal vez por la poesía de muchas de sus imágenes, por la realidad que transpiran -el documental se cuela por algunos resquicios- o por la habilidad para no juzgar a los personajes. A pesar del respeto y verdadero cariño volcado sobre los habitantes de La Bañera, éstos son presentados tanto en sus alegrías como en sus miserias, como seres al margen de cualquier moralidad, pero profundamente vivos. Es tal vez la banda sonora la que aporta una nota de mayor emocionalidad, pero su carácter envolvente, su magia y calidez atrapan sin empalagar. Hablar de la pequeña protagonista, Quvenzhané Wallis, es hacer llover sobre mojado, puesto que su interpretación no requiere de defensa.
El resultado es una obra conmovedora, que se saborea tiempo después de su visionado, con un profundo mensaje vitalista que cuesta -y no se debería- obviar. Zeitlin ha logrado una obra vehemente, pero que no se siente pagada de si misma. Una película a la que habría que desearle especialmente un recorrido en la taquilla que seguramente no disfrutará, pero que representaría un atisbo de esperanza para la diversificación de una cartelera anclada en fórmulas de molde.
Pendón! Luego lo hablamos, ahora tengo más ganas de verla tras confirmar lo que parecía obvio 🙂 Si es que la peli tiene pinta de hacerme sacar lagrimilla.
Confirmado…. pelí de las que sacan lagrimilla ><
Con este doble chequeado, nadie debería frenarse ya a verla.
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