Crónica Sitges 2012: Día 1

El Festival comienza con tranquilidad y un calor inesperado para lo que nos había acostumbrado el tiempo durante los últimos días. La primera cita es ineludiblemente en el Hotel Melià, donde se recogen las acreditaciones de prensa, y la sensación al caminar hacia allí desde la estación de tren es bastante única. Resulta emocionante volver a pisar la bonita localidad de Sitges -más aún cuando no había vuelto desde el anterior Festival- y sentir que se entra en un oasis de más de una semana de disfrute cinéfilo (y cinéfago) total.

Una vez ataviados con el set básico -cuyo diseño, vox populi, se resiente de la crisis-, la primera cita que escojo es en el cine Retiro, para ver el documental «Room 237«, de Rodney Ascher, sobre «El Resplandor» (S. Kubrick, 1980). Se trata de un auténtico ensayo cinematográfico, una disección hecha a partir de planos de la cinta de terror (y de otras del mismo autor) que oscila entre la clase de lenguaje cinematográfico y el recopilatorio de curiosidades y teorías conspiranoicas, según sea el entrevistado. En el primer caso, el contenido resulta bastante interesante para el curioso sobre Kubrick o sobre la teoría del cine; en el segundo, va desde lo divertido hasta lo ridículo, siendo este último extremo uno que llega a desmerecer algo el conjunto, al restarle ‘seriedad’ -entiéndase como credibilidad en los interesantes contenidos que se han planteado con anterioridad. Resulta, pues, recomendable, aunque algunos arguyen que la mayor parte de la información que se da puede encontrarse en los extras del DVD.

Toca volver al Melià en un paseo que todo habitual recorre decenas de veces a lo largo de los once días de festival para ver esta vez «Nameless Gangster: Rules of the time» de Yun Jong-bin, película coreana sobre la mafia que, a pesar de estar filmada con el habitual gusto de este tipo de producciones, de entrada hace pensar que no va a aportar grandes novedades. Aún así, conforme la cosa avanza y aparece la cultura de clanes familiares y demás entresijos y redes de negocios -resuena en la cabeza de los asistentes, salvando las distancias, “El Padrino” (F. Ford Coppola, 1972)-, la experiencia sube enteros y de ahí hasta el final se disfruta con interés, algo a lo que sin duda ayuda un cebado Choi Min-sik, el célebre protagonista de «Oldboy» (Park Chan-wook., 2003).

Buscando un sitio para comer algo barato, dada nuestra condición de gente humilde, acabamos en la terraza del Prado, la última localización del Festival que quedaba por visitar, y descubrimos que los altos precios de Sitges se cuelan también en este tranquilo rincón (la cuenta de un bocadillo con bebida asciende a siete euros). Intentamos olvidar lo futil de nuestra búsqueda mientras nos dirigimos a la gala de inauguración, a la que he tenido la suerte de ser invitado por @JordiOjeda.

Con el preceptivo retraso propio de estos eventos, comienza la gala entre unos aplausos algo tímidos, mientras el director del festival, Ángel Sala, acompaña a los invitados de honor, el equipo de «El cuerpo», a sus asientos. El discurso de Sala es breve y ágil, se agradece más que las intervenciones de la presentadora, y va seguido de varios momentos pre-screening: un avance de lo que se verá durante el festival; un tráiler de Catalan Films para este año (atrayente aunque sin llegar al nivel de epicidad del pasado); un breve ‘in memoriam’; un poco de cancha para el largometraje «Mamá» (Andrés Muschietti, 2013), surgido a raíz de un corto presentado hace años aquí, pendiente de estreno en unos meses (con muy buena pinta) y que refleja lo que un día de estos acabará llamándose ‘el sueño de Sitges’; y, por último, la Màquina del Temps entregada a la actriz Barbara Steele, que venía tocada con un plumero que debió hacer las delicias de los de la fila de detrás.

Empieza por fin la película. Las opiniones que había ido recibiendo a lo largo de la mañana eran bastante descorazonadoras y, tal vez ayudado por las bajísimas expectativas, «El cuerpo» me parece un entretenimiento bastante digno, rodado con gusto por su debutante director Oriol Paulo. Bien es cierto que usa ciertas artimañas de guionista para poder ‘embolicar la troca’ y que el final resulta, como suele suceder en estos casos, algo decepcionante (el precio a pagar al urdir una trama compleja es no cumplir casi nunca con sus expectativas en la resolución). Las actuaciones parecen buscar cierta americanización en un principio, cosa que no le sienta nada bien -ni a los actores ni a la película-, pero tal efecto parece diluirse con el tiempo, ya sea por costumbre o porque los diálogos surgen con mayor naturalidad. Al final, el ejercicio de desarrollar casi todo el metraje en una morgue (cuyo plató tuve en su día el gusto de visitar) se salda con el aprobado, en una película que gustará al público generalista aunque será poco valorada por la crítica y el aficionado. Tal vez algo descafeinada para lo que querríamos en la inauguración de un festival como el de Sitges.

La oportunidad de resarcirse llega rápido, con «Doomsday Book«, que nos obliga a prescindir del cóctel que se ofrece siempre en los jardines del Melià tras la proyección inaugural. Nuevamente de nacionalidad coreana, la película abre la racha de cintas por episodios que abundan en la edición de este año. Este primer asalto de tal fórmula cinematográfica se resuelve con nota. Las tres historias que componen «Doomsday Book», codirigida por Kim Ji-woon y Yim Pil-sung (simpático jurado Casa Àsia del año pasado), tienen cada una su gracia. En el caso de la primera y la última, literal, ya que, a pesar de su carácter apocalíptico -en un episodio por culpa de una epidemia zombi, en otro por el acercamiento de un meteorito a la Tierra-, cuentan con un desarrollado sentido del humor (el característico de las cintas asiáticas) que las hace muy disfrutables. En el caso de la segunda, centrada en la temática robótica, por su tono filosófico, digno de Aismov, que plantea algunas cuestiones muy interesantes.

Continuar con la maratón, que proseguía con las películas «The day» (Douglas Aarniokoski) y «Branded» (Jamie Bradshaw y Aleksandr Dulerayn) fue imposible este primer día, pero el regusto en la vuelta a casa tras la primera jornada fue sin duda positivo.

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