A Roma con amor

A pesar de comenzar baja de revoluciones, la última película de Woody Allen acaba siendo una grata propuesta, una colección de historias -no exactamente episodios, ya que se intercalan entre ellas- ligeras en las formas, pero no siempre en el contenido. Como suele ocurrir en este tipo de relatos, el balance entre los distintos hilos argumentales no es siempre equilibrado, y queda bastante claro qué historias salen mejor y peor paradas. Así, aunque en algunos momentos adolece cierta falta de afinación -principalmente en la trama que incumbe a la bellísima Alessandra Mastronardi o en varias de las elecciones musicales-, Allen nos regala un par de sátiras bastante ocurrentes alrededor de la fama y el triunfo y un interesante romance, muy propio de su estilo, con un Alec Baldwin cada vez más carismático.

Uno acaba sintiéndose abrazado por el estilo cercano del neoyorquino, sabedor de que está en casa, de que la diversión y cierta dosis de reflexión están garantizadas. Bajo la apariencia de extrema liviandad, Allen consigue de nuevo plantearnos ciertas cuestiones no siempre cómodas (sería inocente –incluso irrespetuoso- a estas alturas, y conociéndolo, considerar que las cosas son tan fáciles). Finalmente, «A Roma con amor» resulta en una especie de «Manuale d’amore» (Giovanno Veronesi, 2005) con clase.

La película no pasará, seguramente, a los anales de la historia del cine, entre otras cosas por la cantidad de obras que ha aportado el director a este respecto y porque, en virtud de entrar en esa categoría selecta, no aporta novedades a su estilo. Será también criticada por la consabida ‘visión de postal’ que ofrece de la capital italiana, por ciertos ‘estereotipos culturales’ -¿acaso sus habituales burgueses no responden a un estereotipo concreto, que sirve a la vez a sus fines como narrador?- pero que, al fin y al cabo, forman parte de la visión propia del realizador que, él mismo ha reconocido, no puede ser otra que la del turista (honestidad pues en la elección de personajes tanto en su incursión romana como en las anteriores barcelonesa y parisina). Quedará como otra película más del genio que ‘está bien’, que ‘hace pasar un rato agradable’, pero no debiera infravalorarse este hecho, sobre todo teniendo en cuenta el nivel actual de la comedia romántica, ya que algún día se echará en falta la regularidad con la que nos regala buen cine. Mientras seguirá siendo, en definitiva, injustamente denostada, algunos continuaremos reclamando: «Tráenos otra el año que viene, Woody, por favor».

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