Conforme pasa el tiempo, uno piensa que tal vez «Las chicas de la sexta planta» le ha gustado más de lo que merece; puede que sea el tono naif de la propuesta o la consciencia del uso de ciertos estereotipos. Pero los resultados están ahí, y es innegable que la película se ve con gusto, cosa de la que no pueden alardear muchos en estos momentos.
Gran parte de la culpa la tenga seguramente el reparto y principalmente el protagonista, Fabrice Luchini, que despliega un carisma encantador. De Natalia Verbeke no se puede decir lo mismo, ya que en su caso la aportación más destacable es a la vista, pero cumple y sus puntuales carencias son suplidas por el conjunto de secundarias, entre las cuales figura -por mencionar la de más renombre- la gran Carmen Maura (curioso el César que ha recibido, dada su breve aparición). En cualquier caso, todas destilan naturalidad y desparpajo, y consiguen de esta manera que sea más fácil pasar por alto esos puntos de ‘típico carácter español’, que por otro lado muchas veces no distan tanto de la realidad.
No debe, además, perderse de vista el tono general de la película, un cuento ‘buenrollero’ con su moraleja incluída. Así pues, no se pretende crear una radiografía de las culturas en choque, ni de la sociedad de clases, sino narrar un relato de descubrimiento de los placeres de la vida, un canto a la igualdad y a la identificación con el prójimo.
De esta manera, el que esté dispuesto a entrar en el juego, encontrará justo lo que el punto de partida promete, ni más ni menos. E incluso para el espectador con bajas expectativas -entre los cuales me incluyo, aunque eso sea siempre fruto del prejuicio, guste más o menos admitirlo-, el balance resultará más positivo de lo esperado, dada la corrección de todo el conjunto.