La culpa y la conciencia -individual y de clase- centran el discurso de «Las nieves del Kilimanjaro», un filme ante todo de personajes, que se hacen querer pero que no llegan a alcanzar la profunda dimensión humana de la que hace gala por ejemplo la reciente e hiperexitosa «Intocable», de Olivier Nakache y Eric Toledano (¿avalancha de cintas francesas en la cartelera a raíz de esta última?).
Si Guédiguian afirma que el poema «La gente pobre» de Victor Hugo fue la fuente de inspiración para su obra, y que a partir del final, construido en representación del mismo, desarrolló el resto de la película, podría decirse que se equivocó en una de las dos elecciones, ya que ésto le lleva a un desarrollo de la narración en que el tono no adquiere toda la consistencia que sería deseable.
Así, unos personajes atractivos pierden fuelle durante el último tercio de la película, y algunos temas y conflictos, apuntados de forma ciertamente atractiva, se diluyen por falta de desarrollo. Quiero pensar que el filme no fue galardonado con el Premio Lux del Parlamento Europeo por la docilidad que acaba manifestando, pero no puedo dejar de sospecharlo.
Eso no quita que «Las nieves del Kilimanjaro» sea una cinta simpática y con una loable conciencia social pese a los defectos antes mencionados (o un poco acertado uso de la música). Simplemente se echa en falta algo menos de buenismo – de los protagonistas, de la historia- y algo más de carne en el asador.