Cuando comienza, Kong: La Isla Calavera parece que sabe hacia dónde va: ya en el breve prólogo se muestra al Rey Mono en todo su esplendor, como diciéndole al espectador «sí, sé a qué has venido, sé que conoces de sobras a nuestro monstruito, así que vamos al lío». Es muy de agradecer que los artífices de la película tengan esto claro. Pero la satisfacción no dura mucho más allá.
Ya desde el principio se nota la falta de pulso narrativo en Kong. La película se enfanga con rapidez nada más introducir a sus personajes, toda una caterva de militares destinados a ejercer de carne de cañón y figuras ‘destacadas’ que se supone deben actuar de motor de la historia, pero que en última instancia configuran el reparto de estrellas -ni más ni menos que John Goodman, Samuel L. Jackson, Brie Larson y Tom Hiddleston- más desaprovechado de los últimos tiempos en un blockbuster. Y aunque la llegada a la Isla Calavera tenga momentos de gran calado visual (hay planos que directamente se saltan los más primarios principios de continuidad en aras de ofrecer una imagen sugestiva), la arritmia va a ser la tónica general de la historia.
Kong no llega a ser mucho más que una colección de correteos. Personajes que van a un lugar, deben enfrentarse al monstruo de turno, vuelven a otro lugar, descubren que tienen que ir al de más allá… Pero sin transmitir una auténtica sensación de necesidad, de viaje, de fluidez. Como una road movie sin destinación emocional. Dejando de lado la molesta fijación del director Jordan Vogt-Roberts por referenciar Apocalypse now (Francis Ford Coppola, 1979), hay que reconocerle a la película algunos aciertos: desde un atractivo diseño de criaturas (algo siempre importante en una monster movie) a las pequeñas vueltas de tuerca que varían elementos de la historia clásica (el papel que tienen la tribu de nativos o la imprescindible chica rubia), o -sólo para los más frikis- el fugaz pero simpático guiño a Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1980).
Con todo, no es suficiente para justificar la existencia de la película. Una cosa es tener espíritu de serie B y pulp -algo inherente a su concepto-, y la otra no ser capaz de hacer que el espectador conecte con los personajes, que vibre auténticamente ante la imponencia de King Kong, condenado aquí a vivir en paralelo a los protagonistas. La aproximación de Peter Jackson en el 2005, aún con su elefantiasis (cuando el director todavía era capaz de darle a ésta un sentido), sabía exprimir mucho mejor la esencia del gran gorila.
Resulta preocupante que el momento más emocionante de Kong: La Isla Calavera sea el descubrimiento, ya pasados los títulos de crédito, de que efectivamente el cruce con Godzilla será una realidad, y no solo eso, sino que los estadounidenses se han apropiado de todo el bestiario japonés de la criatura. Pero claro, congratularse de ello es conformarse con haber pagado una entrada por alimentar una simple promesa.