«300: El origen de un imperio» es esclava de su predecesora, aspecto que ya se atisba en el título, y que queda rápidamente al descubierto cuando constatamos cómo (lógicamente), los protagonistas de esta secuela no son los mártires espartanos de Zack Snyder. Sin embargo, con toda la buena intención del mundo, el mismo Snyder, junto con Kurt Johnstad, escribe toda clase de guiños, referencias y conexiones entre las dos historias. Tal es el (innecesario) empeño, que llegan a perpetrar un pequeño atentado contra su propia integridad, al convertir, en aras de justificar la coherencia interna de la serie, a los heroicos bárbaros de Leonidas en estúpidos bárbaros suicidas. El resultado de tales esfuerzos es una cinta de estructura renqueante que, a pesar de su arranque lleno de imágenes espectaculares, es deficiente en su desarrollo.
La película alcanza su máximo atractivo cuando despliega sus barrocos dioramas épicos, ilustraciones que lucen con esplendor gracias a un magnífico 3D. Abunda también en un agradecido gore, en una falta de vergüenza notable para la acción, en unos diseños tan licenciosos con la Historia como estimulantes para la vista. Decae cuando es víctima de sus propios excesos y no deja respirar esos cuadros, cuando se emborracha de su propia épica, cuando su director, Noam Murro, se pone nervioso y decide añadir confusos cortes a sus escenas de combate, o planificar sin más objetivo que la búsqueda del máximo efectismo.
Pero ahí está Artemisia, ahí está Eva Green. Olvídense del transformista Xerxes. Aquí el principal adversario es ella. Y salva la película, puesto que Green, con esa entrega animal y esa voz imperiosa y sibilina, construye uno de los mejores antagonistas de los últimos tiempos, y se hace con el control del film. El héroe, Temístocles-Sullivan Stapleton, se rinde ante ella -metafórica y literalmente-, y desfila por su historia (qué irónico) sin pena ni gloria. Fuera del fragor de las batallas, la escena posiblemente mejor construida a nivel dramatúrgico es la del encuentro entre estos dos polos. Aquí se juega, no sólo el destino de los dos personajes, sino también la película en su conjunto.
Al final, «300: El origen de un imperio», será apreciada por el aficionado a la acción y al gran espectáculo hollywoodiense. El que no se entregue a la propuesta atraído por los elementos que exhibe sin tapujos, por su origen comiquero o por cualquier otro factor ignoto, no encontrará placer alguno en ella. El resto, terminará seguramente contento, pero con un cierto regusto agridulce. «300: El origen de un imperio» no está, desde luego, a la altura de su predecesora. Pero se trata, también, de un entretenimiento de una potencia visual innegable. A la hora de emitir el juicio, todo dependerá de si uno prefiere dejarse llevar por las confusas aguas del golfo Sarónico o refugiarse en el salvaje magnetismo de la comandante Artemisia.
Tampoco es que la primera fuera una joya, más allá del eye candy.
El caso es que mientras veía ésta me preguntaba justamente cómo habrían pasado los años por «300». La secuela me parece bastante caramelito, como tú dices, pero la anterior (al menos en su momento) me gustó mucho; supongo que me pareció que ese envoltorio justificaba la película. De alguna manera, estaba todo mejor cuajado.
yo me dejé llevar por Artemisa y me puse to burraco. Coincido en que es una buena antagonista y es lo mejor que tiene la peli. Me sobraba el intento de reproducir la muerte del hijo en 300 con la muerte del padre en origen de un imperio, Estaba tan cantado…
Ya sabes, las escenas-‘parada obligada’… Artemisia es CARNE.