Los días son climatológicamente caóticos. La desazón hace acto de presencia con sorprendente facilidad. Y, haga sol, llueva, truene o relampaguee, al caer la noche el ambiente se hace hostil, obliga a recogerse y a buscar el calor allá donde esté y, si no lo hubiere, a reciclar el propio bajo las mantas. Ante este panorama, el cine (eterno aliado) puede ayudarnos a volver el cuadro un poco más amable. Y, para el que disfrute de forma natural de la estación fría, acabar de redondearle la velada. He aquí algunas propuestas para encarar el final del invierno:
«Conan, el bárbaro» (John Milius, 1982)
A cualquiera se le despierta el -con perdón- ardor guerrero viendo a Arnold Schwarzenegger, en uno de sus papeles más míticos, correr por secarrales mientras suena la increíble banda sonora de Basil Poledouris. Una película en la que la aventura se toca y se huele, donde la épica es auténtica y no de plástico. Arrebujados en el sofá, podemos sentir el calor de un fuego expedicionario y la fuerza de la espada y de las citas memorables. «Él es Conan, el Bárbaro; él no llorará… Yo lloro por él .»
«El castillo ambulante» (Hayao Miyazaki, 2004)
Tras la gran repercusión mundial de «El viaje de Chihiro» (2001), la siguiente película de Miyazaki pasó algo más desapercibida. Lo cual no le resta valor, puesto que viene cargada de nuevos paisajes de fantasía, una ristra de personajes encantadores (entre ellos el gracioso Calcifer, demonio de fuego), y una peculiar narrativa, en la que no todo se deja explicado, y que nos reta a disfrutarla en ocasiones desde el estómago. La experiencia estética está asegurada y, como suele ocurrir con el maestro, templa el alma.
«Sleepy Hollow» (Tim Burton, 1999)
La historia perfecta para escuchar alrededor del fuego, la leyenda de Sleepy Hollow es el cuento gótico americano por excelencia, y los astros de conjugaron cuando juntaron a un Tim Burton en forma con su habitual Johnny Depp, una misteriosa Christina Ricci, unos secundarios de lujo y, sobretodo, una atmósfera magníficamente recreada, inspirándose en las producciones de la Hammer, pero pasada por el filtro de su autor, que aún no había descubierto por completo las pegajosas mieles de lo digital. Una película divertidísima, que pasa volando.
«Vive como quieras» (Frank Capra, 1938)
Seguramente ya lo saben, pero Capra es el director ideal para el que necesita ser reconfortado. Y su clásica «Vive como quieras», obra maestra indiscutible, es una fábula encantadora, llena de situaciones divertidas y de personajes entrañables. Resulta imposible concebir a alguien que rechace la candidez de este alegato a la libertad individual y en contra del egoísmo (que raya de manera sorprendente el anarquismo). Nadie puede sentir soledad o frío mientras en su pantalla transcurre esta cinta. Se admiten apuestas.