¡Rompe Ralph!

Cuando el concepto parece cada vez más desdibujado (o ya nadie le hace demasiado caso), Disney se descuelga con una nueva entrega de sus canónicos Clásicos, citas esperadas donde las hubiere en Navidades pasadas. Haciendo que «Tiana y el sapo» (J. Musker y R. Clements, 2009) parezca cada vez más un lejano espejismo de la supuesta resurrección de un cine de aspecto más artesano, los estudios de animación optan por una nueva propuesta generada por ordenador, la moda convertida en estándar de la industria. En cualquier caso, y más allá de tales apreciaciones, sorprende el atrevimiento de presentar una película basada por completo en el mundo de los videojuegos, medio que cada vez dialoga más con el cine, pero pocas veces de forma constructiva (ni por un lado ni por el otro).

Momento 'retro' de "¡Rompe Ralph!"

En este sentido, «¡Rompe Ralph!» cuenta con dos bazas importantes: por un lado, un diseño de producción cuidado con esmero y conocimiento del material temático sobre el que trabaja; por el otro, un argumento que consigue construir una historia sobre videojuegos sin que la película misma tenga estructura de videojuego, tal y como suele ocurrir en casos similares. Nos encontramos posiblemente ante la cinta más referencial de la factoría Disney, no sólo en relación al entretenimiento electrónico, del cual extrae para su provecho todos los clichés y estándares propios del medio, sino dentro del propio cine, en que se homenajean/roban detalles a otras películas, tanto ajenas como propias. Sin contar con que el mismo hilo argumental podría ser sin ningún problema un descarte de la secuela de «Tron» (S. Lisberger, 1982).

Ante una película que trata los temas básicos de este tipo de animaciones (la amistad, la igualdad, la perseverancia en la consecución de los sueños…), el problema estriba en que estos principios son planteados con escasa profundidad, de una forma tan transparente y llana que suena a ya vista en infinidad de ocasiones, extremo que no logran compensar unos personajes ciertamente encantadores. Es posible que al público infantil el mensaje le cale positivamente y sin mayor problema, al igual que el adulto mínimamente versado en la materia disfrutará plenamente los chistes sobre videojuegos, en muchas ocasiones dirigidos más a treintañeros que a jóvenes jugones. Pero en el término medio se encuentra la medida de una satisfacción algo incompleta para unos y otros.

Llegados a este punto de la partida, sería seguramente interesante a nivel creativo que Disney y Pixar mantuvieran una mayor diferenciación entre sus productos, que como ya se pudo ver este verano con «Brave» (M. Andrews, B. Chapman y S. Purcell), cada vez tienen más puntos de conexión. «¡Rompe Ralph!» se beneficia de un uso del gag y de una ironía muy propia de la marca del flexo. Pero a la vez, queda empañada por la inclusión de momentos tan azucarados como el mundo imaginario de Sugar Rush, que rescatan los instantes más flojos de la factoría madre. La cinta resulta finalmente un entretenimiento muy digno, con algunos momentos verdaderamente antológicos. Tal vez una identidad propia más fuerte no generara una mejor película, pero posiblemente sí una que se sintiera más auténtica, como esos juegos de 8 bits a los cuales homenajea con ternura.

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